Cuando el 6 de diciembre de 1978 fui a votar la Constitución me tapé la nariz. Aún militaba en el Partido Comunista de España (PCE) del que me fui al año siguiente para no militar nunca en ningún otro y dedicarme a pensar por mí mismo. Es cierto que aquella Constitución fue fruto de las dos Españas, entre sus padres estaba la derecha liberal, la conservadora, la democratacristiana, la franquista más inteligente del cambiar todo para que todo siguiera igual, el PSOE y el propio PCE. Pero no todos cedieron por igual. Santiago Carrillo nos dijo que teníamos que abrazar la bandera, la monarquía y el himno, es decir, el legado de Franco. A cambio, legalización del PCE, amnistía para los nuestros y pelillos a la mar.
Aquello no fue exactamente una ruptura con el franquismo, fue un apaño para que, desde el punto de vista estructural, siguieran al mando los de siempre, era una orden que venía de mucho más arriba, de las potencias occidentales más influyentes, EEUU y Alemania, y cumplimos con el pragmatismo que la geopolítica mandaba. Ya se pensaba muy en serio en la UE y en reforzar la OTAN. Carrero había sido asesinado en 1973 y no podía haber franquismo sin Franco porque íbamos hacia el mundo de derribar fronteras y no al proteccionismo autárquico del fascismo. El PSOE fue nominado por esos altos poderes para ejercer de izquierda, el PCE fue legalizado muy poco tiempo antes de las elecciones de junio de 1977 y la hegemonía de la izquierda fue tomada por el PSOE. Todo en orden, el PCE no iba a ser como los influyentes PCI, PCF o PCP.
Ahí empezó a morir el PCE. Después, él solito entró en coma por arrimarse tanto el PSOE, los socialdemócratas se llenaron de dirigentes y cuadros conversos del PCE. Algunos aún andan dando tumbos por ahí. El PSOE trazó una estructura mediática de la mano del Grupo Prisa y fue copando el mundo de la cultura y de la ideología. Todavía nadie le hace verdadera sombra en eso. A nosotros, los del PCE, se nos dijo que, oye, había un artículo en la Constitución, el 128, con el que se podía construir el socialismo de verdad, no el de Felipe González ni siquiera el de Pedro Sánchez, sino el auténtico, y eso que otro artículo rezaba: “Artículo 33.1. Se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia”. Oh, pero el 128, el 128 era la tabla de salvación, el cuerno de la abundancia: “1. Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. 2. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general”.
Ya está, eso nos bastó para votar la Constitución de Giuseppe di Lampedusa. Disciplina leninista de partido. En 2022, el asunto se ha degradado tanto que ahora me retiro la mano de la nariz y con tal de que este personal encabronado con la vida, esta izquierda de postureo, falaz, pija, ignorante, vengativa, que no acepta su derrota mundial y, lo más grave, no se detiene a explicársela; con tal de que este personal disperso, reaccionario, puritano, confundido, tigres de papel, jaula de grillos, no monopolice el contenido constitucional y lo traicione, prefiero aferrarme a ella, a la Constitución, antes de dejarla en manos de la nada.
Las dos Españas están de nuevo ahí. Ambas dicen defender la Constitución. Ambas han politizado el Tribunal Constitucional. Pero hay hechos clarísimos: veo a un bando -que no es uno sino varios- que ha pactado con quienes desean destrozar la norma que yo voté como comunista y que nos ha permitido vivir tranquilos hasta ahora. Están en su derecho de reformarla, pero no destruirla por las malas, que procedan como indica el texto constitucional. Ambos bandos incumplen la Constitución, desde nombrar en tiempo y forma a los miembros de su tribunal hasta ignorar los derechos de los ciudadanos. Pero uno de ellos, el que fuera mío, pacta con quienes pueden precipitar a España a otra guerra o a gravísimos conflictos. El otro bando, el derechista, resulta que prefiere una senda más acorde con la Constitución misma.
El 23-F, cuando Tejero, El País publicó una primera página histórica. Con los guardias civiles dentro del hemiciclo se atrevió a editar una portada donde en letras bien visibles se leía “Viva la Constitución”. Lo mismo digo ahora, para que la Carta Magna caiga en manos de un presidente tan ambiguo y camaleón como éste, al que ahora apoya El País, prefiero a los otros, aunque no los votaré nunca, a menos que se dejen de hipocresías y hagan una seria autocrítica de adónde ha llegado el capitalismo arrasador que aún apoyan.