Cada vez que leo que Manolo Sanlúcar está ingresado, con problemas de salud, me echo a temblar porque al margen de lo que significa para mí como artista, es un buen amigo y lo quiero como si fuera de mi misma sangre. La última vez que estuve con él en su casa, para una entrevista, estaba cansado pero lúcido y con ganas de hablar. Ir a su casa, Caballo Negro, en Sanlúcar de Barrameda, es como hacerle una visita a la historia de la guitarra y el flamenco en general.
Manuel Muñoz Alcón, que así se llama el genio del pelo blanco, recibió hace meses el Premio Internacional de Flamenco, que otorga la EFA (Escuela Flamenca de Andalucía), pero aún no se le han entregado, por la pandemia. Se le tiene que entregar en Sanlúcar de Barrameda y depende del Ayuntamiento, que quiere hacerlo en una gala a la altura del artista, por todo lo alto. Tendré el honor de compartir con él ese momento, porque me tocó el Premio Internacional a la Investigación, también de la EFA, y sueño con que llegue el día de estar en el mismo escenario junto a un artista tan grande.
Eso justificaría tanto esfuerzo y sufrimiento, años de trabajo, de kilómetros por el mundo, y lucha. Pero al margen de que ese día vaya a ser uno de los más importantes de mi vida, lo que deseo es que el maestro se ponga bueno porque tiene que poner en el mercado su última obra, quizá la más importante de su vida, en la que trabaja y para la puse mi granito de arena. Manolo Sanlúcar nos sigue haciendo mucha falta a los flamencos y a los amigos, seamos o no de mundo jondo. Es una luz imprescindible en Andalucía para saber por dónde caminamos, y más en estos tiempos tan raros y desconcertantes.
Así que, querido maestro, póngase bueno y no nos dé más sustos, que no está el horno para bollos. Que el flamenco le necesita más que nunca. Y yo también.