Los medios y los días

Con mi IRPF creo trabajo

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17 nov 2020 / 04:00 h - Actualizado: 17 nov 2020 / 04:00 h.
"Los medios y los días"
  • Foto: EFE
    Foto: EFE

Entre IRPF y otros descuentos, cada mes le entrego al Estado dinero que yo me he sudado con mi trabajo y sin embargo se lleva de mi nómina de funcionario un salario bastante superior al de un mileurista. En caso de que el Estado necesite dinero se nos puede subir el IRPF, bajar el sueldo o congelarlo, algo que ya hemos sufrido bastante desde antes de la crisis de 2008. Ahora dicen que nos van a subir una chispita el salario, pues muy bien, gracias, por mí, si lo quieren subir, que lo suban, si lo quieren dejar así, que lo dejen, si lo quieren bajar, que lo bajen, estoy hasta los testículos de esta sociedad que vive ahogada por los números y en la que tengo que estar por huevos (fritos, duros, pasados por agua, escalfados, etc.).

En mi caso, si el Estado me facilita una modesta casa de alquiler social donde vivir y unas vacaciones en estancias estatales para el pópulo, excelente. Si en lugar de cincuenta marcas de leche y doscientas de queso, más las otras miles de marcas que hay para todo, me simplifica la vida, excelso. Si en vez de estarme todo el día bombardeando si no es Iberdrola es Endesa, si no es Movistar es Vodafone y si no es Ocaso es Axa, y se encarga de esos asuntos secundarios el Estado mientras yo curro, investigo y me ilustro a base de estudiar a los grandes cerebros de la Historia del Mundo, cojonudo, viva la vida, que ya estoy harto de mercachifles y de seres inmaduros que viven como los delfines en un zoo, a los que hay que darles pescaditos para que salten bien.

Pero lo que tenemos es lo que tenemos y como el Estado ha demostrado que se corrompe cuando se le da el mando absoluto, aquí están los mercachifles jodiendo la vida a todas horas, como trabajan para ellos la cosa va mejor, como están en tensión perenne para conseguir el pescadito y que les aplaudan los jefes y se aplaudan ellos mismos, se supone que este es el menos malo de los sistemas, una porquería pero el menos malo, lo de la porquería lo compruebo sobre todo cuando veo a ese ejército de personas peleándose en la Bolsa por ver a quién se le sube más la tensión arterial y luego acaban en consultas de psiquiatras y psicólogos que se forran gracias a una niñez crónica. Sin embargo, me los presentan como los triunfadores. ¡Y un rábano! Entonces, ¿tiene usted, señor Reig, una idea mejor?”. “No, eso es lo peor de lo peor: que no la tengo”.

El parche llega en esta tesitura, es la llamada solidaridad o estado del bienestar, yo doy dinero de mi nómina y con eso se paga a los parados, a los jubilados y se coloca un azulejo nuevo en la Plaza de España cuando los que lucen hayan sido destruidos una vez más por determinados ciudadanos. Muy bien, pero, como el dinero es mío, ¿por qué no me lo dejan y yo me comprometo a crear un puesto de trabajo y le pago 1.300 euros al mes? Así tienen ya dos consumidores: él y yo. Les aseguro que trabajando para mis necesidades académicas en la universidad no le faltaría faena nunca. De manera que, donde ahora hay un trabajador supuestamente con salario asegurado, con mi sueldo es posible que haya otro más.

Eso es lo que dirán los empresarios también y los que ganan cantidad de pasta, sólo que ellos pueden crear muchos más empleos que yo. Entonces, ¿de dónde sacaría el Estado el dinero para todos? Del consumo, del asalto a los paraísos fiscales, de bajarse los sueldos sus señorías y los magnates, de eliminar tanta institución inútil y/o duplicada como hay, de no conceder tantas subvenciones, de crear un sólido y fuerte sector público donde trabajen los mejores, de vigilar el fraude fiscal desde el más humilde de los trabajadores hasta el magnate más magno, porque, claro, pequeños impuestos habrá que pagar, siempre pequeños en relación con lo que se ingrese, yo doy 100 en lugar de 1.300 y pico. Y también se logra pasta con una educación adecuada desde la familia hasta la universidad, eso sí que es dinero a largo plazo, un pueblo educado, con principios claros, con plena conciencia de que una papelera y un contendedor de la calle son suyos como lo son sus piernas y sus manos.

¿Les ha gustado mi cuento de la lechera de hoy? Pues mañana les contaré otro sobre el significado de ser funcionario, si la rabiosa actualidad me lo permite.