Menú

Conciliábulo de veraneantes (estampas de verano)

Image
18 ago 2018 / 23:00 h - Actualizado: 18 ago 2018 / 23:00 h.

La mar se lleva lo que es suyo, siempre. Las bravas olas, como una sola, arrancan la arena y la engullen, la llevan lejos. Su fuerza, incontenible, alcanza las casas de primera línea y, sin miramientos, horada las paredes hasta dejar a la vista los cimientos. Con todo puede. El pánico lleva a los vecinos a comprar rocas. Las amontonan para proteger la primera duna, cada vez más débil. De poco vale. El próximo invierno, si es tan duro como lo ha sido este, caerá de nuevo algún chiringuito, quién sabe si alguna casa. Se mira al mar con resignación e impotencia, volverá a la carga, no puede dejar de hacerlo.

Nos quedamos sin playa, mientras que se busca una solución que devaste otras. Un espigón podría salvar esta, pero señalará la muerte de otra cercana. Así fue como ocurrió. Una draga aparece en el horizonte. Con una larga manga, como el tentáculo de un gran pulpo, escupe arena rojiza en la playa. Una retroexcavadora va repartiendo las toneladas de cuarzo de este a oeste. Pero el dinero se acaba y la draga desaparece en el infinito. La marea, ahora mansa, vuelve por su fuero y acaricia otra vez la temida linde.

Bajo los óvalos de sombra que produce la inclinación del sol, comienza el conciliábulo de los veraneantes. El Ayuntamiento ha colocado en los accesos a la playa un manifiesto de descarga: las culpables, sepan ustedes, son las otras administraciones, el Estado, la Comunidad Autónoma. Inimputable, inocente e irresponsable es la divisa frente a la marea. Mentira, la playa es también su responsabilidad, aunque a su favor juega que los veraneantes no lo votan.

Las cincuenta mil almas que ocupan la barbarie construida en menos de tres décadas no tienen nada que decir. Callar y pagar el desproporcionado IBI, en su caso las plusvalías y, muy probablemente, las tasas por dejar el coche al sol en alguna descuidada calle. Sus protestas no causan mella, que aquí solo deciden los treinta mil empadronados. Los veraneantes son meros contribuyentes, también motores de la economía local, sin derecho a la palabra. Porque desde que las plumas de las grúas sustituyeron salvajemente naturaleza por cemento, la playa y su entorno es solo un parque de atracciones en decadencia, pero que sigue dando mucho dinero a las arcas municipales.

Los primeros colonos norteamericanos formularon la máxima no taxation without representation, es decir, los obligados a pagar impuestos deben ser siempre titulares de derechos políticos, deben poder verse representados en el parlamento que los impone. Me da por pensar en la posibilidad de que los propietarios de apartamentos y chalets pudieran votar en las elecciones locales, aunque sus votos se ponderasen al tiempo que los ocupan o de alguna otra forma. Tal vez sea así la única manera de exorcizar la sensación de abandono que el viejo lugar de las horas felices padece.

Y la ola seguirá golpeando la roca, es su naturaleza.