Pasa la vida

Contagiosa insolidaridad dentro de España y de Europa

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
24 mar 2020 / 15:21 h - Actualizado: 24 mar 2020 / 16:14 h.
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  • Médicos cubanos llegan a Italia para colaborar en la pandemia del coronavirus. / EFE
    Médicos cubanos llegan a Italia para colaborar en la pandemia del coronavirus. / EFE

Si la catástrofe del coronavirus hubiera sido un demoledor terremoto, un enorme incendio forestal, un accidente nuclear, un vertido tóxico o una salvajada terrorista, seríamos partícipes del envío urgente de personas y materiales por parte de países y regiones al epicentro de la tragedia para frenar la mortalidad y poner diques a su proliferación. En Italia, Bérgamo. En España, Madrid. Sin embargo, estamos inmersos en una nefasta parálisis de solidaridad interterritorial, con gobiernos de países europeos y de comunidades autónomas pretextando la defensa de su población para no ayudar a quien está en situación de S.O.S. Lo que nos faltaba para padecer en el futuro mayor caldo de cultivo de los nacionalismos que segregan dentro y fuera de sus dominios, y de los proteccionismos que desprotegen dentro y fuera de sus fronteras.

En la emergencia que nos impacta ahora, concentrar en los primeros días los esfuerzos en los focos más graves no solo beneficia a quien reside en esa zona colapsada, sino que también favorece al vecindario de ciudades y pueblos a centenares o miles de kilómetros de distancia. Restar todo lo que se pueda la capacidad exponencial de contagio allí donde hay más es también una ventaja para los compatriotas y para la comunidad internacional. Porque el canal de transmisión del virus somos las personas sin medidas protectoras, ya sea por proximidad física o por los materiales y objetos que compartimos.

A estas alturas de la Historia, y de lo que hemos avanzado en la interdependencia y en la concertación de principios y de sistemas, en 2020 tendríamos que haber visto hace un mes el envío e implantación de una fuerza militar y sanitaria europea de emergencia en comarcas de la Lombardía. Ni está ni se la espera. Ni tampoco por parte de Estados Unidos desde sus bases militares en países como Italia, Alemania y España. Aunque fuera solo para labores de desinfección, de avituallamiento y de evacuación. Tiene bemoles que Cuba haya enviado médicos y enfermeros a Italia, y no lo hayan hecho de modo mancomunado los países asociados en la Unión Europea, ni tampoco Estados Unidos.

Ominosa negligencia que aprovecha China para postularse como socio solidario, aterrizando con donaciones de material protector para sanitarios. Lo cual es de agradecer pero no puede confundirnos sobre sus culpas en este desastre. Porque una tiranía tan colosal como la china no ha erradicado algo tan fácil, en comparación con el control que tiene sobre 1.400 millones de habitantes, como los mercadillos de venta de animales vivos para cocinarlos o para extraer de ellos la superchería de los remedios curativos. En lo que va de siglo XXI el Covid-19 es el tercer virus nuevo que aparece en el trasvase de animales a seres humanos por culpa de esos anacrónicos mercadillos. Y no olvidemos que el gobierno chino censuró durante un mes la extraña epidemia en Wuhan, reprimiendo a los primeros médicos que el 30 de diciembre alertaron con la verdad por delante. Cuántas vidas se hubieran salvado al disponer de un mes más para planificar la protección ante el coronavirus y para comenzar un mes antes la contrarreloj científica para crear una vacuna.

También es censurable la insolidaridad política dentro de España por confundir la descentralización autonómica con los feudos medievales. Es formidable la movilización emergente de la sociedad civil española para tejer redes de solidaridad, para aportar materiales a los centros de salud, y muchas de esas iniciativas se basan en personas, colectivos, entidades y empresas que a través de comunicaciones digitales unen esfuerzos desde diversas regiones. En modo alguno compartimentan sus afanes por criterios provinciales o autonómicos. Se sienten habitantes de un mismo país y corresponsables de una emergencia común donde la más elemental ética se impone a cualquier sesgo identitario. Por eso, cuando hace 15 días el brote de coronavirus crecía a toda velocidad en Madrid, ya concentraba el 60% de los casos y de los fallecimientos, y era evidente que su sistema hospitalario iba a colapsar, mientras que en muchas provincias españolas aún no había ninguna muerte por coronavirus, tenían que haberse transferido temporalmente refuerzos humanos y materiales desde otras ciudades y autonomías. Igual que si tan trágica avalancha hubiera sucedido en Badajoz, Zaragoza, Córdoba, Vigo, Tarragona o Sestao. Porque ahora se trata de salvar vidas y no de aplicarles a los enfermos en las UCI el paradigma de los egoísmos centralistas o supremacistas.