Cosas que querría contarle a mi hijo

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24 may 2022 / 08:28 h - Actualizado: 24 may 2022 / 08:31 h.
  • Cosas que querría contarle a mi hijo

Cuando todavía no tenía hijos pero estaba casado, me descubría a veces en las situaciones más mundanas dándole clases a mi hijo, un hijo que aún no tenía. Me ponía a hablar con él ilusoriamente y le daba consejos, pequeñas estrategias banales, recomendaciones. Así supe que la paternidad me llamaba.

Estaba, por ejemplo, en el baño y me veía diciéndole: “Fíjate siempre en que la etiqueta de la toalla de suelo caiga para abajo. Esa debe ser la referencia para que nunca lleguemos a pisar con nuestros pies la cara de la toalla que ha estado tocando el suelo”. Idioteces de este tipo. “Cuando te seques después de la ducha con la toalla grande, fíjate en usar siempre la cara de la etiqueta para el cuerpo, dejando la de fuera para que con sus esquinas (exteriores) te seques la cara y así te aseguras de que nunca tu cara será tocada por una parte de la toalla que haya tocado tu entrepierna”. El baño me daba para mucho en esas charlas imaginadas con mi futuro hijo. El núcleo de mi charla siempre era “ser prácticos”. Yo enseñaría a mi hijo estrategias para ser práctico, algo de lo que se enorgullecería él mismo y que le haría pensar algún día “Soy un tipo práctico porque mi padre me enseñó a serlo”.

Entre las cosas que soñaba enseñarle estaba también el orden en el que uno debe enjabonarse en la ducha y como secarse luego una pierna y otra y un pie y otro si enseñar el culo (muy útil para secados en baños de gimnasios). No sé por qué hablaba tanto con él en la ducha.

Ahora, cuando estoy en la ducha y me viene a la cabeza la eficacia de mis métodos y nunca he llegado a decírselo, siento una especie de nostalgia por un día que debió de ser el día perfecto para decírselo, pero se me pasó. Cuando era pequeño porque era muy pequeño; y cuando empezó a crecer de pronto dijo: “No, yo solo”. Y ya no tuve oportunidad de decírselo porque en la ducha cuando está él ya sólo está él. Y ahora me digo: “Pero ¿cómo pudiste ser tan ingenuo pensando que podrías enseñarle alguna vez?”. El proceso educativo no parece que dependa de discursos, de “decir”, porque los hijos llevan su ritmo y su camino, casi sin que lo que nosotros digamos tenga efecto alguno.

Creo que por eso lo escribo ahora, por si algún día lee este artículo (por supuesto que a sus trece desnortados años no lee mis artículos semanales) para que sepa que quise decirle cosas. Cosas de las cuales esas tonterías del baño eran lo de menos.

Me gustaría decirle que existe un valor muy aceptado, el de la comodidad, en el que me gustaría que no cayera. Ya me lo imagino en chanclas y camiseta con cuarenta años por el centro de la ciudad (como hace hoy tanta gente) teniendo como único norte “que yo voy cómodo y a gusto y que me da igual lo que piensen los demás” (como hace hoy tanta gente). Me gustaría que se dirigiera por el valor de la dignidad: tener ordenada y limpia su casa, vestir respetablemente, preocuparse por lo estético aunque requiera un esfuerzo, tener a su cuerpo -y su presencia con él en el mundo- en alta estima. Me gustaría que tuviera un trato elegante, que no hablara dejadamente y con palabrotas, que no se riera a risotadas, que el alcohol no le vulgarizara.

Pero no le voy a decir nada de esto porque es su vida y su generación. Y porque no confío en la palabra.

Tampoco confío en el ejemplo. De hecho, hay épocas en las que parece que hacen exactamente lo contrario de lo que ven en casa.

Me arrodillaría, por ejemplo, para implorarle que nunca se pusiera un tatuaje, pero creo que sería exactamente el empujoncito determinante para que lo hiciera.

Es difícil ser padre en la adolescencia, vive uno asustado: si decimos algo, mal, porque para construir su personalidad puede hacer justo lo contario; si guardamos silencio, mal también, porque no le dijimos lo que había que decir en el momento adecuado; si queremos ser ejemplo, mal, porque para construirse su identidad hará justamente lo contrario; si somos mal ejemplo, mal también, porque al final dicen que aprendieron lo malo de su padre.

Entra uno en una especie de parálisis total, se pasa uno el tiempo pensando en lo que querría decir sin llegar a decirlo.

Por eso escribo, para que algún día, cuando sea padre y me lea, sepa que lo de ser buen padre siempre fue difícil y, al menos, no se angustie tanto como yo.