Cuaderno de Goya (IV): lecturas desde su sordera

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06 may 2020 / 12:20 h - Actualizado: 06 may 2020 / 12:22 h.
  • Cuaderno de Goya (IV): lecturas desde su sordera

En los Apuntes de hoy, vamos a contemplar algunas de las obras de Goya desde el punto de vista médico, considerando su sordera como uno de los condicionantes no de su carácter (que dejo para otro día), sino interpretada bajo el prisma de su hipotética enfermedad mental.

GOYA nos habla desde la razón para denunciar la sinrazón. La sinrazón de la violencia extrema, la de los malos tratos íntimos, la que se recibía en escuelas, orfanatos, hospitales psiquiátricos de su época. Lo hace también desde la supremacía de un hombre sobre otro, desde la vanidad –o egolatría- de bastantes de los que retrató y desde la marginalidad social que estos asuntos representaban/representan.

Pero esta lectura puede hacerse a la inversa y considerar que dibuja o pinta desde la locura de la sinrazón, la suya, dirigiéndose precisamente a la razón, en este caso la ajena, la de sus coetáneos y también a la nuestra, la que dejará plasmada mientras sea posible extraer de él y de su prolífica obra, alguna enseñanza.

Muchos de sus “Caprichos”, dibujos, grabados y los “Desastres de la guerra” están captados con esa lente apocalíptica, narrados desde el infierno físico y psicológico y desde los tormentos más inverosímiles que el ser humano haya sido capaz de aplicar a otro o imaginar siquiera.

Guerra, Inquisición, monarquía absolutista, son demasiadas situaciones adversas para una mente y espíritu sensibles como los suyos, agravado además por las circunstancias de su propio infierno personal ante sus aspiraciones cortesanas y sobre todo y es en lo que me agradaría que ahora reparemos, motivadas por sus muchas y fuertes dolencias de oído, sus repercusiones en estados de ánimo y psiquis.

Cualquier otorrino o enfermo de cualquier patología importante y cronificada del oído, sabe que es ahí también donde se sitúa el sentido del equilibrio, y que los huesesillos que lo estructuran, los vasos sanguíneos, los pequeños músculos que hay en ellos, las fibras, cartílagos, tendones, nervios, el tímpano, el laberinto,...puede que se sientan afectados por algo tan nimio en apariencia como pueden ser los cambios de temperatura, presiones ambientales o el viento, pues como todo –sobre todo si es de naturaleza líquida- es susceptible de contraerse o dilatarse ocasionando dolor, malestar, inflamaciones, neuralgias, y una serie de situaciones que de no controlarse, pueden llevar a quien las padece hasta la locura. El punto neurálgico del miedo, de la cierta desazón psíquica y la inestabilidad emocional que esto provoca, puede que también se ubiquen ahí, en el oído interno, aunque disponga de conexiones con otros centros del encéfalo.

La sordera que padeció GOYA, quien en uno de sus autorretratos vuelve a interpretarse como solía hacerlo casi siempre -descarnadamente y sin piedad alguna hacia sí mismo- se capta aproximando con su mano a la oreja, una trompetilla, símbolo más que explícito que en mayor o menor grado, la tenía.

Todo el que la tiene o conoce a alguien con padecimientos sensoriales de este tipo, sabe de las dificultades a la hora de comunicarse, el aislamiento al que induce y lo mal que se pasa por todo esto.

Pero a pesar de que se sepa de sobra que la padeció, la sordera puede que en su caso sea lo menos importante cuando lo que posiblemente tenía afectado (por causas autoinmunes, sarampión, infección o enfriamiento mal curado, artrosis, agravamiento por la edad, etc.), o externas (traumáticas como la de Beethoven, la de muchos cazadores y personas que han estado próximas a una gran impacto como puede ser la explosión de un cañonazo, o situaciones climatológicas de frío severo,...).

Sabemos que Goya era aficionado a la caza, que escenas de caza y de neviscas y ventoleras las representó desde sus primeros cartones para tapices. También que presenció por las calles de Madrid muchas balaseras incluidas la de los fusilamientos de Príncipe Pío y de la Moncloa, y aunque estas en concreto no las presenció, sabía del estruendo que producían, como del estruendo de los cañones si pasó cerca mientras disparaban uno o varios a la vez, pues admás de esas pinturas famosas del 2 y 3 de mayo, hay muchísimas más en las que se ven heridos y muertos frente a pelotones que disparaban a quemarropa. Sangre, fuego, estruendo, muertos, heridos y las víctimas colaterales que los presenciaron y de cuyas secuelas nunca se pudieron desprender.

A la luz de la Otorrinolaringología, y sin que se sepan las causas exactas de su sordera: si eran congénitas, adquiridas, neurológicas, ambientales o degenerativas, lo cierto es que da que pensar que muchas de esas escenas que traslada al papel o al lienzo, son productos de sus visiones interiores, de la rabia del dolor producido por uno o los dos oídos.

En el autorretrato que vimos en el pasado artículo, el que se acompaña de su médico, el Dr. Arrieta, parece supurar, gritar, aferrarse de modo patético a la colcha y las sábanas donde está postrado, morirse de dolor intenso ante el que ninguna pócima, ungüento o tratamiento paliativo parece hacer efecto. Goya asemeja agonizar ante el espejo. Hace falta mucho valor y fuerza para reflejarse así, en un trance agónico, coger un lienzo, situarlo en el caballete y plasmarse además en esos momentos. Le quedaban todavía ocho años para su final, pués el lienzo está fechado en 1820, pero aquí lo vemos hundido, apenas sin fuerza como si exhalara impúdicamente su último suspiro ante la posteridad, para que conozcamos que el precio de la fama no es siempre tan dulce como se cree y que a veces oculta padecimientos de este o de otro tipo.

Más: ¿qué decir de las Pinturas Negras de las paredes de su casa, de algunos óleos extraños de color, de perspectiva, de temas, de pinceladas?, sin dejar de pensar que están hechos desde la furia, el arrebato, desde una locura transitoria provocada precisamente por los terribles padecimientos óticos que se alternaron con la lucidez de los días faustos, a lo largo de su larga, intensa, apasionante y pasional vida.

Las pinturas de la Quinta (que no sin fundamento fueron llamadas ya en su vida) “del Sordo” y los tonos negruzcos de los ángeles y en general de todos los frescos que expongo ahora a título de ejemplo y que se encuentran en la ermita de S. Antonio de la Florida (donde está enterrado curiosamente sin su cabeza) ¿a qué obedecen?: ¿a trastornos psicopáticos motivados por el oído? Porque sinceramente no creo que fuera al contrario. En cualquier caso esta “Capilla Sixtina” sobrecoge en la misma medida que la de Miguel Ángel

No creo que Goya fuese un enfermo mental en stricto senso, aunque esas y otras de sus muchísimas obras sean de difícil lectura y aunque en efecto sí parece que las tuvo. No en vano él mismo titula uno de sus más famosos aguafuertes “El sueño de la razón produce monstruos”, pero entiendo que la bipolaridad que manifestó a lo largo de su vida y de su obra, no fuese en tanto por trastornos psicológicos, sino como pretendo reflexionar ahora, producidos por sus agudas dolencias de oído, y de serlo, estas serían la consecuencia y no la causa de lo que a todas luces evidencia un malestar fisiológico tremendo.

Cuaderno de Goya (IV): lecturas desde su sordera

El tema de los locos y de los manicomios, los representó al menos al óleo en dos ocasiones, entre 1793 y 1794 sobre latón y entre 1812 y 1819 sobre tabla (la cronología a veces no está muy clara en Goya). Los interiores lúgubres donde se desarrollan esas escenas dantescas, pueden verse en concreto en los que se titulan “Corral” y “Casa de locos” y la manera de representar el esperpento humano, le rondaba de vez en cuando también por sus murales, cuadernos de apuntes, cartas a amigos y grabados. Por ellos sabemos que los frecuentó sin que se conozcan con certeza las causas (para denunciar la situación en que se encontraban, visita a familiares ingresados, o para consulta personal con algún facultativo).

Analizar la obra de un autor que sin querer o queriendo estaba renovando muchísimos de los parámetros de las artes plásticas: fue de los primeros en usar la acuarela, pintar en marfil, grabar al aguafuerte, con piedras litográficas, etc., no es fácil y si no se contemplan además sus vicisitudes humanas: la muerte de sus hijos, de sus cuñados y maestros, de sus buenísimos amigos, las preocupaciones políticas, las situaciones y lugares siniestros que conoció, las condiciones de higiene que vio en ellos, el Tribunales del Santo Oficio en donde hubo de defenderse de acusaciones, los contactos con ilustrados y exiliados,...y por otra parte la serenidad de los días de paz, de belleza en los salones, de felicidad en la intimidad con todos aquellos que tuvieron la suerte de estarle vecinos, de alegría en las celebraciones públicas, en los toros, en el teatro, en los gabinetes de coleccionistas, con todos sus amigas y amigos, pues en esto también siempre fue extraordinario. Un mundo lleno de contrastes y contradicciones, como su propia vida saturnal y asunto de otra de sus pinturas más dramáticas, la que representa precisamente al dios Saturno que devora no otra cosa que la vida efímera de cualquiera de nosotros.

He intentado acercarme a Goya desde sus patologías auditivas y sus repercusiones psíquicas sin poder establecer si era un “síndrome de Meniére, una laberintitis, una hipoacusia neurosensorial, una disfunción temporal de la trompa de Eustaquio, o cualquiera de las muchas patologías que se producen en el oído interno y medio. Agradecería infinito los diagnósticos sobre la hipótesis que se plantea aquí, por parte de otorrinos y psiquiatras. Tal vez así sabríamos más de su personalidad justificando su predilección por la “terribilitá”, aunque ocurre que esta la fue alternando o siendo pareja con la del placer. Por otra parte me gustaría dejarlo en el misterio, en la sospecha, en la emoción que pueda producirnos bastantes de sus obras, esa misma que atraviesa el sistema nervioso central y bastantes órganos que se llama también arte y arte por partida doble si es compartido.

Goya no es el único que trata estos asuntos relacionados con la enfermedad -que se encuadran por otra parte en el Romanticismo- pues El Bosco también y a título de ejemplo ahora tiene otros relacionados como pueden ser: “La cuerda de ciegos”, “La extracción de la piedra de la locura” o “la nave de los locos” y el mismo Gericault, su coetáneo, hizo por encargo del Dr. Georget, el pionero de la psiquiatría social por entonces iniciándose, un gran número de retratos y dibujos que documentaran las diferentes patologías.

La Historia del Arte a través de la Medicina es algo verdaderamente fascinante y ejemplos hay a miles, bien como manifestaciones de afectaciones físicas, bien como estados que se encuadran desde los dos puntos de vista –plástico y médico- dentro de la Melancolía (desde Durero a Rodin,...), o que sirvieran de documentación a falta de otras historias clínicas y avances técnicos. Pues eso: ¡Salud y a vivir que son tres días, hermanos!