Viéndolas venir

Cuadruplicados

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
04 nov 2019 / 09:09 h - Actualizado: 04 nov 2019 / 09:17 h.
"Viéndolas venir"
  • Cuadruplicados

Este pasado fin de semana de los muertos hemos celebrado la vida como nunca imaginamos cuando esta era solo la mitad de la que ostentamos hoy. Entonces, con veinte años, los tres entrábamos en un bar y no nos hacían falta ni sillas, porque nos hacíamos un sitio en cualquier rincón y pegábamos la hebra sin que molestáramos al camarero más que para pedirle otra ronda con una señal de la mano. Estos días, cuando hemos entrado en cualquier bar, le advertíamos al camarero que no éramos tres, sino doce, con dos carritos de bebé incluidos, con lo que el camarero pedía permiso en cocina para prepararnos una mesa colosal.

En solo veinte años -que dice el tango que no es nada-, hemos pasado de portar una carpeta con los apuntes a necesitar tres coches con maleteros suplementarios y una casa de infinitas habitaciones por donde entrábamos y salíamos rebosantes de felicidad y disciplina cotidiana con nuestras mujeres, que no se hubieran conocido de nada si no llega a ser por el azar de nuestra amistad luego imperecedera; con nuestros hijos e hijas, que se lo han pasado pipa sin preguntarse siquiera por el origen remoto de esta suerte de conocerse ahora como de toda la vida, que no era la suya, sino la nuestra... Está claro que nos han crecido las miradas, las risas, los besos y los corazones. Lo hemos detectado este finde de los muertos en que decíamos cosas nunca sospechadas entonces por nosotros, por otras bocas, también nuestras; en que hemos mirado cosas nunca imaginadas entonces por los tres, con otros ojos, también nuestros; en que nos hemos reído hasta desternillarnos incluso en otros pechos, por los que ahora también tomamos aire... para impulsarnos hacia otros veinte años más, para cuando la vida se nos haya desbordado mucho más allá de esta multiplicación por cuatro, para cuando seamos más conscientes aún de que si algo valió la pena en aquellos años remotos de la facultad no fueron las teorías de la comunicación, sino la práctica de poner en común todo lo que la vida ha ido haciendo de nosotros, estirándonos generosamente el corazón, que late ya en tantos cuerpos; el brillo de otras ilusiones renovadas, reflejadas en otros ojos que no tenemos en la cara pero son nuestros; el futuro, que seguirá siendo nuestro hasta cuando no estemos, porque habremos dejado aquí las semillas imprescindibles para seguir siendo amigos por los siglos de los siglos. Amén.