Desde mi punto de vista, y después de destilar en profundidad la cuestión durante años (soy Licenciado y Doctor en Filosofía y Maestro Masón), creo que hay tres pilares sobre los que se puede sustentar el propósito de nuestra existencia:
Al primero llego siguiendo a Albert Camus cuando aboga por una «aceptación desenfrenada de todo lo que nos pasa». Él considera que evitar el mundo, o sea, apartarse, aislarse, no hace nada para alterar su indiferencia intransigente, sólo la afirmación puede darnos la determinación de seguir viviendo.
A Camus le bastaba la conciencia de todas las trivialidades espectaculares, a pesar de su falta de significado. EL PROPÓSITO, para él (y para mí el primer pilar) es simplemente: experimentar el mundo. Experimentar el Mundo es el propósito de todo.
La verdadera esencia de la vida nos la enseña la propia máquina que hemos diseñado para vivirla. Somos una máquina sensorial. Estamos aquí para PERCIBIR, para recibir TODO lo que el mundo tenga que ofrecernos.
Dice Camus: «¿Cuándo soy más cierto que cuando soy el mundo?».
Sólo viviendo honestamente, aceptando nuestra condición absurda por completo y sin restricciones podemos expulsar el terror de nuestra inminente perdición. Debemos poner nuestro esfuerzo en nuestra capacidad de percibir y apreciar la asombrosa maravilla de lo que nos rodea.
En realidad, sólo somos manojos de carne y hueso arrojados por el universo sobre una pequeña roca, estresados por nuestros minúsculos, insignificantes, problemas. Al Universo le da igual lo que hagamos. Y esto, ¡celebrémoslo!, nos da libertad para hacer lo que queramos. Porque no hay un código moral en el Universo.
Vivamos experimentando. Sintiendo, absorbiendo el Mundo. La vida puede ser espectacular con la actitud adecuada. Experimentaremos todo lo que se nos arroje: alegría, angustia, depresión, esperanza, lujuria, amor, ambivalencia. Al aceptarlo todo nos revelamos valientemente contra lo absurdo y sin sentido de la existencia. Sólo a través de la aceptación plena podemos ser verdaderamente libres.
El segundo pilar se sustenta en el planteamiento del filósofo y matemático inglés Alfred North Whitehead, para quien el propósito de la vida es «captar todo lo que podamos de la infinitud de posibilidades que nos ofrece el mundo para ampliarlas”. Llega a esta reflexión tras un proceso que tiene que ver con los límites de la imaginación en cada época. Si hace millones de años un ancestro nuestro hubiera imaginado algo, se habría encontrado con los límites que por entonces su aparato cognitivo y el «mundo» conocido le permitiera; nuestra imaginación hoy en día tiene otros límites, muy elásticos, que pueden llevarnos, afortunadamente, a comprensiones mayores. O sea, nuestras mentes son finitas, pero incluso en estas circunstancias de finitud, estamos rodeadas por posibilidades que son infinitas. El propósito de la vida, así, sería el de ayudar a ampliar esos límites. Ahí se vislumbra una especie de tarea para la Humanidad. Antes no existía la comunicación inalámbrica ni los rascacielos de Dubai ni una Fuga de J. S. Bach ni un poema de María Zambrano, todas esas son aportaciones al crecimiento de las posibilidades del mundo. La Humanidad tiene, pues, el encargo de ir ampliando las «posibilidades». Pero es muy difícil arañar algo nuevo a las fronteras de lo conocido, por eso el arte, la reflexión, la tecnología y la ciencia en general tienen tanta importancia en ese objetivo: hacen crecer los límites de lo conocido e imaginado.
Y el tercer pilar se establece sobre el pensamiento del filósofo español Javier Gomá que considera que se ha de vivir: «de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta». ¿Quién consigue una muerte escandalosamente injusta? Quien ha realizado los dos primeros apartados: experimentar, aceptar y valorar todo lo que nos ocurre en la existencia; y quien procura ampliar los límites de las posibilidades existentes en el Mundo.