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Pasa la vida

Cuando con tu voto corrompes la democracia

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
08 nov 2020 / 08:17 h - Actualizado: 08 nov 2020 / 08:19 h.
"Pasa la vida"
  • Cuando con tu voto corrompes la democracia

Setenta millones de ciudadanos de Estados Unidos tienen ante sí un indigesto trance que superar en solitario. Una de las situaciones que menos le gustan a la mayoría de los seres humanos. Reconocer que se han equivocado. Porque hace cinco días le dieron su voto a una persona que utiliza el poder de la soberanía popular para corromper la democracia y negar la verdad. Creían que darle el mando a Donald Trump les convenía a sus intereses. Y ahora, si entran en razón, tienen que renegar del abismo moral al que les ha abocado a movilizarse desde el escenario presidencial de la Casa Blanca: negarle a sus vecinos la validez de sus votos si los emitieron por adelantado, y si además se les ocurrió elegir al candidato alternativo. Ese es el dilema para 70 millones de personas: admitir o no que el auténtico fraude consiste en deslegitimar la libertad y la igualdad cuando la decisión mayoritaria es diferente de la opción con la que te identificaste.

Muchos (y muchas) votantes de Trump han sido reincidentes porque le auparon en 2016, el año en el que les pareció simpático que se ofreciera al pueblo como salvador de la patria un personaje muy conocido como protagonista de un concurso televisivo, 'El aprendiz'. Y adulados por su mensaje de que él era el candidato de la gente, en contraposición a las ciertamente decadentes élites políticas, le respaldaron para abatir primero al Partido Republicano y después al Partido Demócrata. En la cita electoral del 3 de Noviembre de 2020, que debía haber estado muy marcada por valorar una realidad tan importante como es que en su país, el más rico del mundo, han fallecido 230.000 compatriotas a causa del coronavirus, en una pandemia gestionada de modo nefasto y esperpéntico por Trump, a pesar de eso y de tantas otras evidencias sobre la verdadera faz de tan mentiroso arribista, la sociedad norteamericana ha estado a punto de reelegirlo para coronarlo como tirano y dinamitar lo que queda de los ilustrados valores con los que Franklin, Washington, Jefferson, Hamilton, Madison, Jay y Adams fundamentaron el nacimiento de la nación que cambió la historia del mundo. Muy pocos miles de votos de diferencia han evitado en media docena de estados que Trump dispusiera por segunda vez de la mayoría de compromisarios para proclamarse jefe de Estado. Con vocación vitalicia, como Putin, quien sabe mucho de cómo cambiar leyes y cómo perseguir oponentes para perpetuarse formalmente como presidente democrático.

Trump es la consecuencia y no la causa de que en la primera superpotencia económica y militar quien lidera el poder ejecutivo sea alguien predispuesto a fingir que el enemigo son las instituciones, las normas, los controles, la rendición de cuentas, la verdad, los estudiosos. Cuando en el Partido Republicano aceptaron ser liderados por él, eran legión los dirigentes, mandos intermedios y asesores que sabían cómo era Trump de poco fiable en su trayectoria empresarial, por eso devino en figura de 'reality show'. Y han callado hasta el colmo de la hipocresía sobre sus engaños, excesos y torpezas porque a rebufo de su populismo conservaron o consiguieron sus bicocas y su estatus. También han sido colaboradores necesarios de la farsa quienes conforman la larga lista de consejeros, altos cargos y portavoces que llegaron a la Casa Blanca de la mano de Trump, duraron poco porque les echó o porque ya no le aguantaban más, y a posteriori han dicho de él que es un ignorante y un peligro para el mundo. ¿Acaso no lo sabían cuando les ofreció dar el salto al gabinete?

Los sistemas democráticos como el norteamericano, y como el español, continuarán debilitándose, y se identificarán con ellos cada vez menos habitantes, si no refuerza los contrapesos respecto a otra de las inercias más pertinaces de la condición humana: no querer ver ni entender la realidad que tienes delante. Trump ha sido cristalino durante meses demonizando el sistema del voto por correo y tildándolo de fraudulento, porque su equipo electoral tenía estudiado por sondeos que la mayoría de las personas que optaban por ese modelo de participación iban a votar a Biden. Ante la insidia de un complot en el que forzosamente tendrían que estar también implicados en varios estados las cúpulas republicanas al frente de los funcionarios encargados de la gestión del recuento, la actitud durante la campaña por parte de los republicanos ha sido callarse. Porque no les convenía dejarlo en evidencia. Porque pensaban en sus intereses cortoplacistas. Porque imaginaban que Trump no se atrevería a pasar del dicho al hecho. Y claro que se ha atrevido. Quien osa considerar que el poder no tiene límites, tiende a excederse si encuentra como respuesta por un lado el cínico silencio de quienes saben y se callan para no poner en riesgo su poltrona, y por otro la creciente capacidad de autoengaño en el conjunto de la población.

La pandemia del populismo no se acaba cuando Trump acepte abandonar el poder. Piense en España, piense en su comunidad autónoma, piense en su municipio, piense en usted y en las personas que mejor conoce, y analice cuál es el nivel de silencio y de autoengaño que llevamos en vena.