Aunque el fútbol ya no me interesa casi nada –fui jugador federado de juvenil y socio del Real Betis–, anoche vi un amplio resumen del partido del equipo verdiblanco en su casa con el Real Madrid y me acordé de cuando en los sesenta, residiendo aún en Palomares del Río, escuchaba los partidos por la radio, en tiempos del maestro Juan Tribuna, y cuando venía un grande al Benito Villamarín, el Madrid o el Barcelona, el Betis daba casi siempre los veinte reales del duro. Se escuchaban los partidos en bares como los de El Portugués, Ricardo o Pepe el Juez, y aquello era un festín de emoción. Eran los tiempos de Rogelio, González, Ríos, Azcárate o Ansola, y el coriano, el maestro Rogelio Sosa Ramírez, se solía salir siempre con estos equipos punteros. Entonces, el Betis era un club con pocas posibilidades de conseguir nada importante, pero olía a romero y siempre había jugadores de arte que gustaban y siguen gustando en Sevilla. Rogelio era el torero del equipo, el de más arte y pellizco, el que tocaba el balón con la delicadeza que el Niño de Marchena cantaba una milonga o que la Niña de los Peines bordaba unas peteneras. Perder no importaba tanto si el partido era de noche y el balón, tocado por el mago coriano, el de la zurda de caoba, brillaba en Heliópolis como una luciérnaga y tenía tantos colores como un pato mandarín, aunque fuera blanco y negro. Antes era Rogelio y hoy es Joaquín, que aunque anoche no brilló como otras veces y falló un gol increíble, es el artista, el que tiene ese arte sevillano que ha gustado siempre en la capital andaluza. Qué gozo anoche, con el campo con más de cincuenta mil personas venidas de decenas de pueblos sevillanos y de todos los barrios de Sevilla. Ante un Madrid desconocido, pero era el Madrid. Luego viene un equipo que no lo conocen ni en su casa y se les caen las medias a los genios, que son los que nos hacen sufrir desde que tengo uso de razón, cuando llegaron Benítez y Del Pozo, Cardeñosa, Esnaola, Anzarda o Gordillo, que era de la cantera. Qué bonito fue recordar anoche aquellos años tan especiales ante el Real Madrid y escuchar decir a Ramos, el de Camas, que el Betis “hizo su fútbol”. Es que es eso, el Betis hace su fútbol, tiene su sello, como un torero o un cantaor de flamenco, y ningún club del mundo tiene su forma de hacer sufrir a sus seguidores: matándolos de arte. El Betis nos mata de arte cuando quiere. Solo cuando quiere.