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Ojana in Excelsis

Cuando el Marbella se convirtió en Puerto Banús

Lugar de reunión de estudiantes, el bar, a la par que el entorno del campus Pirotecnia, ha sufrido una transformación brutal

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Juanmi Vega @Juanmivegar
21 nov 2019 / 07:00 h - Actualizado: 21 nov 2019 / 07:00 h.
"Ojana in Excelsis"
  • Cuando el Marbella se convirtió en Puerto Banús

Todo el que haya estudiado Derecho, Empresariales, Magisterio o algunas de las carreras que se ofertan en el campus de Pirotecnia, entre la avenida Ramón y Cajal y la calle Enramadilla, conocerán la cantidad de bares que se encuentran entre copisterías y papelerías. Bares que dan cobijo a esos estudiantes que acaban de terminar las clases y buscan refrescarse, al profesor que necesita un café para mentalizarse de tener que tratar con adolescentes que, en muchos casos, por su comportamiento pareciera que nunca superaron el parvulario. Bares para pasarse los apuntes, darle las primeras caladas a un cigarro o empezar a cogerle gusto al amargor de la cerveza.

La zona, en estos últimos años, ha sufrido una transformación. Se pasó de los veladores de metal de toda la vida a los de plástico con el logo de una cerveza que llega por la carretera de Despeñaperros. De lugares de tapas, menús del día económicos y bocadillos a carne en barra precocinada. De sólo poder llegar en autobús o cercanías a poder hacerlo en metro, por arriba y por abajo.

El otro día pasé por esa zona como el que pasa por la puerta de Las Vegas de la calle Cerrajería esperando volver a revivir unos momentos especiales que lo retrotraigan un par de decenas de años atrás. En este caso, no fueron tantos los años que hubo que rebobinar en la memoria.

Mi primera reacción cuando llegué a esta zona es la misma que la que tiene alguien que no ha salido de Sevilla y se planta en Times Square. Me quedé anonadado asimilando el cambio.

El paisaje había evolucionado. Cuando pedías tu plato de papas con alioli, ya no te pegaban una voz. Un pequeño mando a distancia empieza a cantar, igual que lo hace la cigarra en verano, pero sin serlo. Ese pitido, muy moderno, indica que ya puedes recoger tu pedido. Un pedido que, por cierto, has pagado en una máquina. Nada de darle el dinero en la mano al camarero para poder dejarle una propina, no, ahora hay que pasar por caja (nunca mejor dicho) y empezar a meter moneditas hasta que llegas a abonar la cuenta. No sabes si estás pagando por un cartucho de chicharrones o por un paquete de Winston.

El interior también está cambiado por completo. De las mesas normales de cualquier bar hemos pasado a los sillones rojos, sacado de un restaurante americano de los años 70. Sólo faltaban John Travolta y Newton John bailando una canción de Grease.

El cambio no sólo ha llegado al entorno, también cambian las personas. Ya no se aprovecha la cola para ir a pedir para intentar entablar conversación con la muchacha o muchacho que tenemos a nuestro lado. No. Ahora se aprovecha la cola para hacerse autofotos y modificar la imagen con orejitas de conejo y lengua de perro. Guau.

Todo cambia. Todo evoluciona. Todo pasa y nada se queda. Igual que una generación pasó por el campus y ahora nadie la recuerda. Ni la esencia. Menos mal que siempre nos quedará el Coronado.