La Tostá

Cuando llegaron los de la capital

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
06 feb 2023 / 06:45 h - Actualizado: 06 feb 2023 / 06:53 h.
"Fútbol","La Tostá"
  • Foto: EFE
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Aunque parezca un cuento de Dickens, en los sesenta había niños en Palomares del Río que no teníamos una pelota de goma para jugar al fútbol. Nuestras madres nos las hacían de trapo o nos aviábamos a veces con una botella del aceite, de plástico, y un corcho. Así y todo, en Palomares salieron buenos peloteros. En esos años comenzaron a llegar al pueblo los parcelistas de Sevilla para hacerse sus casas de campo o chalés en El Cucadero, Mampela o La Laguna. Cuando se iban los domingos, anocheciendo, enseguida íbamos los niños pobres de Cuatro Vientos por si se habían dejado una pelota de goma en la parcela, dentro o fuera, daba igual. Alguna vez sonaba la flauta. Mi hermano y yo, que éramos unos locos del fútbol, rezábamos para que se dejaran algún balón y una tarde ocurrió el milagro. En una de las parcelas, aún sin muro de ladrillos, los dueños se dejaron una pelota de plástico duro y nos la llevamos, pero no a casa, porque nos hubiesen majado a palos, sino para esconderla en la chueca de un olivo hasta que sus dueños se olvidaran de ella. Pero no se olvidaron. Fueron a Cuatro Vientos a preguntar por la pelotita, casa por casa, como si en vez de una pelota hubiéramos rapiñado un diamante. Sabían que los niños de la aldea jugábamos con pelotas de trapo o botellas de aceite con un corcho, pero eran de la ciudad y querían demostrarnos que robar era malo. Educarnos en la honradez. Una mañana dejamos la pelota en su sitio, casi sin usar, y volvimos a la botella de plástico. Pero los dueños de la parcela venían cada fin de semana y el juguete seguía fuera de la casa, en el campo, sin que ningún niño la pateara. Era una pelota triste que se iba deteriorando por el calor y que acabó pudriéndose debajo de un olivo sin que ningún niño de Cuatro Vientos le hubiera dado sentido a su vida. A veces sueño con aquella pelota, casi sesenta años después, porque para mí era algo más que un balón: era como un acicate para trabajar y poder llegar a tener un día una pelota propia, aunque fuera de goma dura. No una de reglamento, porque eso era un sueño irrealizable para los niños de Cuatro Vientos. A veces creo que vivir todas aquellas necesidades no fue tan malo, que era una buena escuela porque había que ganárselo todo. Incluso con el tiempo he llegado a pensar que aquel parcelista de Sevilla fue a buscar la pelota de goma a la aldea no porque tuvieran solo esa o porque fuera especial para sus niños, sino porque querían que los chiquillos pobres aprendiéramos pronto a entender que mangar era solo cosa de ellos.