Opinión

Manuel Bohórquez

Cuando muere un Agujeta

Antonio Agujetas. / El Correo

Antonio Agujetas. / El Correo / Manuel Bohórquez

Cada vez que muere un Agujeta, el collar de la historia del cante jondo pierde una perla negra. Ninguna familia gitana de la historia del cante ha sonado como la de Manuel de los Santos Gallardo, Agujeta el Viejo (Jerez de la Frontera, 1908. Rota, 1976), que nació en el Barrio de San Miguel, de donde eran los Loreto Vargas de San Miguel, como Joaquín la Cherna, una primera referencia. El viejo Agujetas no llegó a conocerlo, pero dicen los chanelaores que su sonido era como el del martillo sobre el yunque fundido con el llanto de un condenado a galeras. Para el patriarca de esta familia de intérpretes del cante gitano de Jerez, la referencia era un sobrino de Lacherna, Manuel Torres, el genio de la seguiriya gitana, que abandonó esta ciudad con 19 años para sentar cátedra en la Sevilla de principios de siglo XX. Ayer murió un nieto de Agujetas el Viejo, Antonio de los Santos Bermúdez, uno de los hijos de Manuel de los Santos Pastor, de nombre artístico Manuel Agujetas. Antonio tenía el metal de su padre, un sonido único, negro como una caverna, de los que lastiman. Lo escuché cantar una noche una bulería para escuchar, lenta como una procesionaria y honda como una mina, y después de muchos años sigo teniendo aquel sonido en la cabeza, como si me lo hubieran clavado a fuego en una fragua. Ha muerto joven, con 61 años, aunque sonara como sonaban los cantaores gitanos de Jerez cuando Paco la Luz, Antonio el Marrurro, Manuel Molina y Lacherna eran mozuelos. Me niego a hablar de los problemas de Antonio Agujetas, de la dureza de su vida, de sus errores o aciertos a la hora de planificar su existencia. Cada uno es dueño de su vida y Antonio vio la suya de esa manera. Queremos que los cantaores canten por seguiriyas con las fatigas de la muerte y que vivan como un farmacéutico o un ferretero. No, Antonio quiso vivir la vida a su manera, pero no lo vamos a recordar por cómo vivió, sino por cómo sonó, por cómo cantó, por cómo mascaba el cante y por cómo nos mataba con un solo tercio de seguiriya. ¡Ay, Antonio, qué puñalada más mala en el costado!

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