Los medios y los días

¿Cuántos entierros me he pagado?

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23 nov 2020 / 04:59 h - Actualizado: 22 nov 2020 / 18:02 h.
"Los medios y los días"
  • ¿Cuántos entierros me he pagado?

Estamos aún en el mes de los difuntos y he caído en la cuenta de las veces que me podía haber muerto ya con toda tranquilidad porque el Ocaso se encargaría de que tuviera un funeral feliz. Mi madre me afilió al Ocaso de los muertos, tendría yo 12 años o menos. Voy a cumplir 66 (65 en Canarias) y aún sigo cotizando. Cuando antiguamente llegaba al piso familiar de mi barrio de San Vicente el cobrador del Ocaso con el recibo correspondiente, mi madre se ponía contenta, me acuerdo perfectamente. Iba a soltar pasta pero lo hacía como con regocijo: “Este recibo se paga con gusto porque quiere decir que gracias a Dios no nos ha hecho falta usarlo”.

Mi padre lo usó primero (61 años) y mi madre mucho después (91) pero yo por el momento sigo aquí en los instantes en que escribo esto, no estoy ahora para números pero si echara un cálculo, ¿cómo tendría que ser en realidad mi entierro? ¿Cuántas veces me podría haber muerto ya con todos los gastos pagados y aún me sobraría para prestárselo a no sé cuántas personas que no tuvieran donde caerse muertas, como vulgarmente se dice? Me informó un experto en seguros que ahora se deja uno de tanto recibo, que da unos miles de euros de golpe, paga su sepelio y en paz. Pero cuando le comenté que entonces que se cobraran de lo que ya había pagado me dijo que eso no podía ser.

El entierro famoso que contaba Paco Gandía se quedaría en pañales al lado del mío. Claro que la pandemia lo iba a joder todo porque prohíbe las concentraciones de gente pero, en condiciones normales, yo tendría para que la ROSS tocara en la catedral, en mi funeral, bajo la dirección de Daniel Barenboim. Nada del Réquiem de Mozart que está muy visto, prefiero el de Fauré que además es mejor por mucho que me puedan criticar por decirlo. Yo no soy creyente pero me chifla la música y me da igual cómo me entierren si a alguien le hace feliz que me apliquen cualquier ritual, llevo ya varios días escuchando música de Navidad instrumental, soy de los que creo que sin música no vale la pena vivir o al menos a mí me sería muy difícil.

Puede que tantos años de seguro me den para que me hicieran un cortejo a lo Manolete o a lo Lady Di. Quiero que detrás de mi féretro fuera una orquesta de Jazz clásico traída expresamente de Nueva Orleans -si es que queda alguna-con Woody Allen tocando el clarinete, quiero a los Niños Cantores de Viena, quiero a la banda sinfónica municipal de Juan Espadas, ése al que se le escapan cosas relacionadas con la muerte, muy propias del mes; quiero que caminen tras de mí doscientos o trescientos plañideros y plañideras llorando por mí, convenientemente pagados y pagadas; deseo que desempolven al coño insumiso y procesione en mi comitiva como homenaje al feminismo y a la igualdad... En fin, un entierro en condiciones en concordancia con los tributos pagados, no como el del pobre Gustavo Adolfo Bécquer que murió hace 150 años, el 22 de diciembre de 1870, y nadie se enteró.

Dice el conocido tango Cambalache: “Que el mundo fue y será una porquería/ ya lo sé... (¡En el quinientos seis/y en el dos mil también!)”. Y por supuesto en el 2020 por mucho que, con pandemia y todo, nos hallemos en la sociedad de la felicidad. El sonsonete de tener que ser felices y del tú puedes es lo que más feliz me hace porque es lo que denota más infelicidad. La infelicidad es directamente proporcional al número de mascotas que posee la gente y hay más mascotas que crías humanas, eso lo dice todo. Ya podemos animarnos lo que queramos que eso es lo que nos espera, por el momento: morir. Y no hace falta tanto jaleo, por mí que la compañía de seguros se quede con mi dinero y siga tratando de presentarnos la muerte como algo no tan grave mostrándonos bolas doradas en sus anuncios. La muerte es una putada y punto, te mueras a la edad que te mueras. Salvo que uno lo desee de verdad y libremente escoja irse a otro espacio.