El 2 de abril de 2018 escribí en estas mismas páginas de EL CORREO DE ANDALUCÍA -entonces en papel- un artículo que glosaba la obra de uno de los artistas contemporáneos más importantes y extravagantes, como era y sigue siendo JAN FABRE (Amberes, 1958), autor que entonces exponía en el CAAC (Centro de Arte Contemporáneo de Sevilla) una muestra que podría clasificarse de antológica. Aquel artículo podría entenderse como demasiado correcto para la incorrección que él ejerce y puede que no insistiera lo suficiente en llamar la atención sobre sus juegos conceptuales, puesto que es desde esa óptica, la del juego y de lo conceptual, desde la que debemos asumirlas -¡¡¡y asumirle a él como artista!!!, claro que esto siempre es voluntario.
Precisamente esta es una de las razones por las que cualquier persona puede sentirse atraída por un artista o por una obra en concreto, si en esos momentos experimenta una especie de descarga que recorre las fibras sensitivas del cuerpo y se siente algo parecido a una abducción.
Puede que se llegue a esa situación de enajenación mental transitoria, porque ha sido todo lo que estamos viendo lo que nos ha llevado hasta ahí, o porque sin darnos cuenta nos hemos ido metiendo en su película y en la creación que ha jalonado a lo largo de su carrera. Ese es un momento mágico que pocas veces ocurre, pero cuando lo hace se parece al impacto de un relámpago y eso mismo es lo que produce FABRE.
Ese flechazo por el artista y por su obra, esa atracción irresistible, es lo que me hace que vuelva de nuevo a él y esta vez no quiero ser parcial. Y he aquí, una vez más, otra de las muchas virtudes del arte: que por más que nos empeñemos en la objetividad, será difícil lograrlo y máxime ante un autor tan bestia que se expone en vida y en obra. Por supuesto que también es subjetiva la ciencia, aunque su apariencia de objetividad sea más aceptada.
En el fondo, atracción y rechazo, se deben a cuestiones como la identificación con la persona o cosa que tenemos por delante; por la cultura común y por las pequeñas cosas que no tenemos en cuenta cuando nos detenemos ante una obra y nos dejamos llevar por ella o por el contrario salimos corriendo.
JAN, l´eternel enfant terrible del arte belga, molesta, porque toca las fibras sensibles del espectador, los adentra en mundos que rompen los esquemas del sistema, destruye los símbolos del capitalismo como es el dinero real, no fotocopiado, y en ese contexto las coronas danesas, los marcos alemanes, los dólares canadienses, los yenes japoneses, los rublos rusos, ...y el maravilloso invento del euro, no valen nada.
Artista plástico y escénico, actor, escritor, director de escena, coreógrafo, diseñador, empresario de su propia compañía, dramaturgo, docente,...sorprenderá siempre. Curiosamente por su coherencia y esta es una de las diferencias radicales con respecto a otros artistas contemporáneos que improvisan según mercado,...cuando lo que él hace es pura coherencia.
No obstante FABRE no es un autor fácil, ni previsible, sino contradictorio. Un autor que aparenta rechazar la académico y sin embargo es miembro de la Real Academia Flamenca de Ciencias y Bellas Artes y que parece como su apellido que fabrica amigos y enemigos a partes iguales, entre otras cosas porque la mejor creación de JAN FABRE es JAN FABRE, a quien por causa de su histrionismo bizarro le han acusado prácticamente de todo (hasta de matar a Napoleón o a Manolete) y siempre ha conseguido zafarse, entre otras cosas porque cualquier situación que induce es siempre consentida por todos los que intervienen.
Regreso a él de una manera que quisiera tuviera el mismo tono de irreverencia que él ejerce, porque todo esto del Estado de Alarma, el “Sinfinamiento”, la reclusión, las Pandemias, las medidas de seguridad de quedarme en casa,...el desconcierto, han dado un vuelco radical también en mí y si antes pretendía por ejemplo, que tranquilamente visitaran los Museos, Centros, Galerías y allá donde puedan existir arte y artistas, ahora quiero que los llevemos al degolladero y desde allí analicemos al artista de la misma manera que él pretende hacerlo con nosotros, que lo imaginemos en el momento preciso que realizaba su obra, en el por qué, para qué, cómo y para quien la hacía, etc.
Y vuelvo a él porque fue una de las últimas exposiciones extraordinarias que pudo verse en el monasterio de la Cartuja. Pocas veces hemos tenido ocasión de ver en nuestra ciudad un autor tan potente y coherente que en algunos aspectos me recuerda a DALÍ cuando pintaba esas escenografías surrealistas del género por ejemplo del traje de filetes, que portaba FABRE para una de sus performances, o aquel de los escarabajos, o aquel otro con alas de libélulas gigantes, el atuendo de un exterminador, primo hermano de Gregorio Samsa.
Un mundo lleno de alusiones al subconsciente, a premoniciones, metamorfosis, al proceso orgánico de la naturaleza, sus ciclos de vida, muerte, transformación, renovación, y que contempla por otra parte los rituales que tanto tienen que ver con la sangre en la cultura cristiana de la que él procede. Criterios que pueden ser universales pero que en el caso de un autor de origen belga, también van unidos a esos componentes culturales, antropológicos, etnográficos y religiosos si se tiene en cuenta la importancia que tuvo el Barroco, la Reforma, la Contrarreforma, el Concilio de Trento, las Guerras entre protestantes y católicos que se desarrollaron allí, su repercusión en el arte y en la mentalidad que llega hasta nuestra época.
Hoy, aunque esto carezca de sentido, sigue siendo parte del sustrato de lo que somos aunque algunos no sean conscientes se resistan a aceptar lo que significa el pasado en el modo de hacer y de pensar en el presente, si quiera para darle la vuelta a todo como él lo hace.
Esa cultura de la sangre, tiene en cuenta las escenas de dolor que pueden conocerse simplemente acercándonos –en los horarios de apertura permitidos por las autoridades político-sanitarias en la situación en el que estamos- a cualquier iglesia para contemplarlas desde una lectura al margen de la sacralidad, la fe y los sentimientos compartidos, porque el punto de vista de la historia del arte puede ser la mejor representación de la trascendencia en el plano religioso y en el profano. Como son las propuestas que nos lanza FABRE.
No me puedo explicar a un autor tan hiperrealista (en el fondo en eso consiste el surrealismo), sin el sustrato de una iglesia como es la belga, con unos rituales que siguen la observancia del Año Litúrgico que tiene en la Semana de Pasión y en la Pascua, su máximo fundamento.
No puedo imaginarme de otro modo los martirologios, penitencias, toda esa imaginería que los santos portan en las manos, los objetos con que los que fueron sacrificados y que pueden verse en cualquier templo (sacralización del arte) o en algún museo (laicización de la fe). Esos personajes terrestres y celestes, mitad vida terrena y mitad en el más allá, fueron configurando igual que otras cosas, la personalidad de alguien que después ha ido dando la vuelta a todo eso, sin que se pierdan las conexiones formales, o como digo, remotamente culturales. Me refiero a las obras que estuvieron expuestas aquí, porque su producción es mucho más amplia.
En este sentido, el de invertir los aspectos de la educación, es desde donde pienso debe interpretarse algo como el que desde un balcón que simula el de la plaza de S. Pedro en Roma o el de un palacio laico como puede ser el Ministerio de Hacienda o el Parlamento de Bruselas, se arrojen desde ahí orejas de cerdo, vísceras, trozos de carne sangrante simulando una fiesta. El rito, el sacrificio, la liberación, la salvación que puede encontrarse también en las culturas indígenas y en el origen de todas.
FABRE parece que lo que pretende con su artillería conceptual, hacer una nueva lectura de una cultura como la suya, que tiene concomitancias con la calvinista, la anglicana, la protestante, pero también la bantú o la zulú. Todas las que se han basado en el sufrimiento y en la muerte, en la resurrección, la reencarnación, ... según se mire.
La Exposición que estuvo expuesta en el CAAC de la Cartuja de Sevilla, llevaba por título “Stigmata”, una personificación que él se hacía en sí mismo de los estigmas de tantos santos, profetas y visionarios: una representación supuestamente al margen de rituales, que no es lo mismo que una parodia de lo sagrado -aunque también así pueda interpretarse- entre aquellos que no comprenden su discurso escénico o no comparten su narración literaria, fílmica, fotográfica, poética, teatral en suma, porque nadie ignora que aquello que se critica es precisamente lo que se resalta.
FABRE y su mundo propio, ese que refleja en los emblemas que le da a las formas, en todo ese imaginario de objetos sacados de su contexto y que hay que interpretar como los cuadros vivientes de la Edad Media. Pero todos y esto es lo nuevo en él, es una nueva manera de hacer jeroglíficos, otra vuelta de tuerca.
La compleja obra de JAN FABRE configura un arte total, una puesta en escena que tiene un guion, un desarrollo en el espacio y en el tiempo que se puede disfrutar con el lujazo del directo, se pudo ver en diferido a través de todos los monitores que estuvieron en las salas o ahora mismo en cualquiera de sus vídeos en internet.
La diferencia con aquellos (jeroglíficos) extraídos de grabados donde se narraban los fenómenos paranormales atribuidos a los santos, es que esos existen sólo en el papel y en las dos o tres formas dimensionales del espacio. En su caso es en él mismo, en su cuerpo, a través de los elementos usados en sus presentaciones en público con sus actores u otros artistas invitados, para que esa seducción se produzca entre la obra, el autor, los actores y los espectadores.
En aquellos casos, los protagonistas eran virtuales, mientras que en los suyos sabemos que es real, que su sangre lo es, que se expone a los gusanos y abejas, que cubre un vaciado de su cuerpo sentado ante una mesa asaetado completamente con chinchetas. Lo ha sido en acciones efímeras que sólo podemos conocer a través de los vídeos que las registraron.
Capítulo aparte va a significar el dinero, que quema, recorta, manipula, porque no es tanto una representación simbólica del poder, como el Poder en sí mismo.
Por último, una cosa muy importante: FABRE es un provocador, sí, al que le encanta el exhibicionismo, sí, pero siempre parte del respeto. Su autolesión es hacia sí mismo criticando los poderes fácticos de la sociedad, a sus representantes concretos, a sus creencias e ideologías, tan vociferadas por todos los medios en el poder. En este contexto, lo que FABRE significa precisamente es un contrapoder, un Pepito Grillo, la voz de una conciencia compartida por los héroes y mártires actuales. Entendido de este modo, el mismo FABRE es un apóstol, un exégeta de la dignidad.