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La Gazapera

Cuatro décadas sin Terremoto

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
19 sep 2021 / 10:12 h - Actualizado: 19 sep 2021 / 10:13 h.
"La Gazapera"
  • Cuatro décadas sin Terremoto

El pasado 6 de septiembre se cumplieron cuarenta años de la muerte de Fernando Fernández Monje, Terremoto de Jerez, un genio del cante gitano que nunca tuvo grandes pretensiones artísticas, como Caracol o Mairena. Fue de esos cantaores que nacen cada cien años, un portento de comunicación, lo que los puristas llaman transmitir. O sea, que un cantaor te parta el alma con un sencillo tercio de seguiriya o soleá.

Nació en 1934 en el Barrio de Santiago de Jerez y comenzó buscándose la vida como bailaor. Pero llevaba el cante dentro, los ayes y melismas de Juan Mojama, y un día le salió todo. Desde Manuel Torres, aquel jerezano de los alfilerazos seguiriyeros, el de los soníos negros, no había salido un cantaor como Terremoto. Curiosamente, el genio de Santiago nació a los ocho meses de morir Torres, así que fue como si Manuel Soto Loreto se hubiera reencarnado en él.

Una noche le pregunté en la Peña Flamenca Torres Macarena, de Sevilla, si sabría decirme qué era para él el cante gitano y me respondió de la única manera que había que contestar una pregunta como aquella: “El cante gitano soy yo, si me lo permites, porque me parió una gitana”. Acabó pronto con la viaja discusión sobre qué es cante gitano o jondo, y cante andaluz o flamenco. No hay cosa más malaje que un gachó queriendo parecer un cantaor gitano, algo que abunda por los malditos complejos de los cantaores no gitanos que se pasan la vida impostando la voz para parecer más calé que Chorrojumo. Esto ocurre por la errónea creencia de que es más puro un martinete de Triana que una malagueña de Álora.

Seguí a Terremoto de Jerez por peñas y festivales de Andalucía en los setenta, porque necesitaba el torniscón de su cante gitano. Entonces, con 17 años, aún no me importaba de dónde venía el cante, sino refregármelo por la piel hasta hacerme sangre. Días antes de morir este cantaor jerezano actuó en el Festival del Verdeo de mi pueblo, Arahal, y entré en el camerino a hacerle una foto. Estaba tocando una guitarra, o solo acariciando sus cuerdas, con la cara hinchada y más colorada que un tomate, le hice la foto y dejé el carrete en un cajón de casa para revelarlo algún día.

Al morir el cantaor dejé el carrete para revelarlo algún día y como tardé demasiado, se veló. Solo se salvaron dos fotografías, de veinticuatro: la de Terremoto y una que le hice a mi perra, Chispa, que murió atropellada por un coche fúnebre. Lorca le hubiera hecho una viñeta a esta historia de sonidos negros, misteriosos duendes y pellizcos de otro mundo. Si lo volvió loco Manuel Torres, qué no le hubiera pasado si hubiese podido escuchar a Terremoto de Jerez en una de aquellas noches que solía dar con la guitarra de Manuel Morao, uno de los binomios de la historia del cante.