Daniel Ortega y Robert Mugabe

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11 may 2020 / 13:57 h - Actualizado: 11 may 2020 / 13:59 h.
  • Daniel Ortega y Robert Mugabe

Mi curiosidad por los políticos se despertó desde la edad de los 14 años. Sus aspiraciones, sus gustos y sus ocios no escapaban a mi atención. A medida que fui creciendo, el interés fue poco a poco cada vez mayor y de naturaleza muy distinta. ¿Qué piensan hacer? Su sinceridad, su manera de conducir un país, su modus vivendi, el equipo que los acompaña y hasta el comportamiento de las mujeres que comparten su alcoba; ideas que confrontaba a veces con algunos compañeros y que eran objeto de entretenimiento.

Nadie negará el papel que desempeñan los políticos en nuestro día a día, y las circunstancias que rodean su acceso al poder influyen mucho en la consideración de los ciudadanos, a saber, lo que esperan de ellos y de sus colaboradores, las palabras que pronuncian y sobre todo los hechos que protagonizan y que demuestran sus verdaderas intenciones. Las palabras se las lleva el viento, pero los hechos, afortunadamente, no engañan. Porque muchos de ellos, incluso en los países con democracias, en principio consolidadas, hacen suyos el viejo adagio:” se hace campaña en verso y se gobierna en prosa”. Frase que explica su comportamiento posterior, y que disocia en cierta medida lo prometido de lo práctico, lo idealista de lo pragmático, una vez alcanzado su acariciado sueño de estar dirigiendo los destinos de una nación. Me interesa la política, como he avanzado en el párrafo anterior, y he visto acceder a muchos aspirantes a puestos de jefes de Estado o de primeros ministros en diferentes partes del mundo, ya sea por vías democráticas, es decir, mediante unas elecciones celebradas con suficientes garantías, comicios transparentes, o por procedimientos que pecan obviamente de credibilidad, amañados, o finalmente mediante golpes de Estado. Varios con dudosa intención a la hora de gestionar la Res Publica. Existen dirigentes con un pasado que les confiere una supuesta fiabilidad, pero que han decepcionado profundamente a mucha gente, entre las que me encuentro, como por ejemplo el Comandante Daniel Ortega de Nicaragua y el difunto presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, Estos dos personajes no han sido fruto de una elección hecha al azar, sino porque más bien hay entre ambos, a mi parecer, curiosas semejanzas en sus formas de gobernar.

El nombre de Ortega resonó, siendo uno de los integrantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional que luchó contra la dictadura del General Anastasio Somoza, y cuyas tropas llegaron a Managua en olor de multitudes, el 19 de julio de 1979, recibiendo una calurosa acogida del pueblo nicaragüense, firmándose así el certificado de defunción de la dinastía somocista. Mientras que el segundo, Robert Mugabe, combatiendo contra el colonialismo inglés, al frente del partido guerrillero ZANU, consiguió por fin la independencia de su país en el año 1980, cambiando el nombre de Rhodesia por Zimbabue.

Los dos pueblos vieron un rayo de luz que se encendía, y por ende la esperanza de llevar una vida mejor. La revolución al poder en Nicaragua, supuso el inicio del fin de las injusticias sociales, del nepotismo y favoritismo heredados del régimen anterior. En este caso, liberarse del yugo de la explotación y de un poder omnímodo, provocando la huida del país del último de los Somoza. Compuesto por personas con adscripciones ideológicas distintas, socialistas, socialdemócratas, comunistas, etc. el Frente Sandinista acaparó el poder hasta el mes de febrero de 1990, inicialmente con un Directorio administrando el país y luego con Daniel Ortega como presidente, tras haber ganado, como cabeza de cartel del Frente, las elecciones convocadas en 1985, victoria que le otorgó un mandato de cinco años. Los Sandinistas durante sus once años en el poder, abordaron problemas relacionados con la educación y la sanidad y emprendieron una reforma agraria. Pero la Contra, financiada por los Estados Unidos, y la falta de experiencia de los revolucionarios, fueron algunos de los elementos que pasaron factura al gobierno, y la candidata Violeta Barrios de Chamorro ganó, en los comicios de febrero de 1990, a su contrincante Daniel Ortega. Fue un sufragio limpio, transparente y Nicaragua hizo otra vez historia, operándose un cambio en el tablero político del país. Además de la presidencia de la señora Barrios, hicieron falta dos legislaturas más para que el Frente Sandinista, desnaturalizado y algo descompuesto, volviese otra vez al poder en el año 2007 con Ortega a la cabeza. Desde entonces ocupa la jefatura del estado.

En el segundo caso, una vida distinta en un país que acababa de independizarse, bajo el mando de un combatiente que liberó a su pueblo de las garras del colonialismo. Nacido el 21 de febrero de 1924 en el seno de una familia católica, Robert Mugabe era un alumno taciturno, pero muy estudioso e inteligente. Hombre culto, con una trayectoria no exenta de dificultades y adversidades y con un abultado currículum tanto a nivel personal como político, cosechó varios títulos universitarios, en letras, economía y derecho, conocla cárcel en su noble lucha y fue uno de los creadores del partido de la Unión Africana Nacional de Zimbabue (Z.A.N.U.) que participó activamente contra el régimen colonialista encabezado por Ian Smith. Ocupó primero el puesto de primer ministro entre 1980 y 1987, creando centros de salud y escuelas, combatiendo así el analfabetismo y promoviendo una campaña sanitaria y las conquistas sociales de la mujer. Predicó la reconciliación y la unidad nacional, consciente del papel que tenían que jugar los antiguos colonos en el independizado país. En 1987, accedió democráticamente a la presidencia. Héroe nacional, Mugabe lideró la resistencia contra el régimen del Apartheid, luchó con energía contra este anacronismo, enarbolando su panafricanismo al estilo del líder de Ghana, Kwame Nkrumah. Dotado de una robusta salud, gobernó su país durante treinta y siete años hasta su derrocamiento en un peculiar golpe de estado en noviembre del año 2017 y puesto luego en arresto domiciliario. Fue el presidente más longevo del mundo y murió el 6 de septiembre del año pasado en el hospital Gleneagles de la isla de Singapur.

He hecho una presentación de los dos personajes, pero voy a sintetizar en cuatro puntos los motivos por lo que alegué antes que han defraudado las expectativas puestas en ellos:

1) El evidente culto a la personalidad y la metamorfosis que han sufrido hasta convertirse en vulgares y feroces dictadores, erigiéndose en nuevos colonos.

2)La obsesión enfermiza por el poder y por eternizarse en él. Lo que les lleva a modificar las constituciones o derogar leyes, a recurrir a fraudes electorales o elecciones amañadas a fin de conseguir sus propósitos. Aquí hay que apuntar o señalar la tendencia de algunos a transformar el sistema político de sus países en repúblicas hereditarias o” monárquicas”, facilitando así el acceso al poder de sus hijos, de familiares, de personas allegadas o de sus propias esposas, como el caso de Haití con François Duvalier, designando a su hijo como su sucesor, y los frustrados intentos del líder libio Muamar el Gadafi y del raís egipcio Hosni Mubarak, de imponer a sus hijos como sus legítimos herederos. Siendo en el caso de Nicaragua, Rosario Murillo, vice-presidenta y esposa de Daniel Ortega, con opción a ser su sucesora, en caso de incapacidad o muerte de su marido, quien hasta ahora es el presidente que más tiempo ha permanecido en el cargo. En cuanto a Mugabe, su irrefrenable deseo de que su mujer fuese la jefa del partido Z.A,N.U., para así poder optar a ocupar el sillón presidencial tras su muerte, fue uno de los motivos que provocaron su deposición.

3)La incapacidad que acusan para respetar la libertad de expresión y a ser contestados, el hostigamiento sistemático a la oposición, mediante intimidaciones, amedrentamientos, encarcelamientos y asesinatos. Lo que psicológicamente genera un clima de miedo e inseguridad que obliga a muchos ciudadanos a abandonar su patria. Para esta siniestra tarea, utilizan los cuerpos parapoliciales y la Policia Orteguista, y en el caso de Zimbabue el C.I.O., el servicio secreto de Mugabe y las tristemente célebres Cinco Brigadas, para acallar y aplastar a los disidentes u opositores. Lo que ha suscitado varias condenas de la comunidad internacional.

4)La mala gestión, la práctica del clientelismo y nepotismo, la colocación de familiares o amigos en puestos de responsabilidad. El despilfarro de las dos familias, los vergonzosos gastos de los hijos de la familia Ortega, la mansión de 24 habitaciones de Mugabe y las compras millonarias de su exuberante y extravagante esposa en tiendas de lujo en París, Londres y Singapur. La ostentación de sus riquezas, y el insolente menosprecio hacia las clases desfavorecidas, agrandando así las desigualdades socio-económicas de los dos sufridos pueblos. Por lo tanto, el completo abandono de las ideas de emancipación, de progreso social y de justicia que preconizaron los dos gobernantes.

Sé que algunos pueden aducir las injerencias extranjeras en los asuntos internos de estos dos países, dando el típico ejemplo del imperialismo norteamericano, como la razón que justifica la deplorable situación de estos dos pueblos, y así aminorar la culpabilidad de ambos dirigentes, pero rehúyo este argumento, porque me parece indecente e incluso falaz. En pleno período de la pandemia, corrieron rumores que apuntaban al agravamiento del estado de salud e incluso al fallecimiento del dictador Ortega, por no haberse dejado ver durante un mes, pero sigue al mando. Para terminar, así vivió el “Viejo” Robert Gabriel Mugabe, y vive el ”Coma Andante” Daniel Ortega Saavedra.