Una sociedad que habla continuamente de igualdad y desprecia la autoridad de quienes más han vivido y de quienes más han estudiado o ambas cosas, vivido y estudiado, no podrá extrañarse de que ahora tengamos demasiados jóvenes prepotentes y rebeldes sin causa en este contexto de pandemia. Las cámaras de los informativos se acercan a estos irresponsables y les preguntan por qué están vulnerando las orientaciones y ordenanzas para prevenir contagios y responden con toda tranquilidad que no les parecen las correctas y siguen sentados todos juntitos creyendo tal vez que son héroes cuando no son más que niños mimados que se defecarían en los pantalones si no tuvieran detrás la casa y la sopa boba de sus padres.
La verdad es que tienen motivos de sobra para incendiar el mundo y no ser rebeldes sino revolucionarios -que es cosa muy distinta- pero prefieren el pijerío y ser esclavos de sus tendencias hormonales y digitales. Ninguna de las dos se las han trabajado, las primeras las tienen por necesidades reproductoras y las segundas por el dinero que no ganan, ni siquiera a los ninis les preocupa ganarlo. Los desgraciados tienen ante sí un futuro negro y para aclararlo ni intentan levantar sus posaderas y dejar las botellonas y las reuniones de apareamiento. Qué se puede esperar de este personal en el futuro si no comprenden que llegará el momento en que se les morirán sus abuelos y sus padres y entonces se verán frente a frente con la vida a la que aunque le digan que no están de acuerdo con su realidad se les va a reír en sus caras y los va a seleccionar para tirarlos a la basura.
¿Acaso creen que el Estado les va a dar un salario mínimo de caridad de por vida? ¡Pero si el Estado son ellos, su trabajo y su esfuerzo! Y ellos están provocando que la gente generalice y los haga pasar a la Historia como un colectivo que tienen en el carpe diem y el chuleo su razón de ser. ¿Qué carajo es eso del carpe diem? El carpe diem lo cultivaban los jóvenes goliardos en la Edad Media, unos estudiantes pícaros y golfos que o solían ser pobres o de muy buenas familias nobles que eran sobre todo los que podían acceder a la universidad y que ya tenían la vida resuelta en aquella sociedad estamental.
Luego, en estos días, ha llegado el carpe diem que defendió el profesor John Keating en la película El club de los poetas muertos y la filosofía posmoderna del tú puedes, sé feliz y aprovecha el momento y la publicidad que, de forma interesada, empodera a todo el mundo para vender con la vieja táctica del usted es muy inteligente y, como lo es, comprará esto, vestirá aquello o usará aquello otro. Si no, se deduce que usted es un ser idiota, mediocre y normal.
El personal joven del que escribo no se ha enterado de nada, carece de mente crítica y de formación y vive sumergido en esos anuncios de perfumes cargados de sexo como cargada de sexo está hoy una sociedad que no lee apenas libros necesarios para ir por la vida y diferenciarse de los geranios. El carpe diem no es vive el momento entendido como un instante sino como visión histórica y total de una vida, si eso no se entiende no se puede vivir el momento más que para suicidarse poco a poco. El profesor Keating se equivocó con su “oh, capitán, mi capitán”, a mí hay alumnos que me han llamado así y no es eso, yo no arrancaría hojas de ningún libro porque no me gustara la forma de enfocar una disciplina de otro autor, al revés, lo analizaría en clase. Tampoco presionaría a ningún alumno para que fuera en contra de la opinión de su padre y se me acabara suicidando.
Pero sigamos, sigamos empoderando desde pequeños a los niños, sigamos buscando la aprobación de cerebros inmaduros, sigamos huyendo de nuestras responsabilidades y de imponer ciertas normas, sigamos sembrando mimos y concesiones en exceso para que nos crean superdemócratas que recogeremos prepotencia y chulería, en el fondo, personas débiles como nosotros, sus educadores y la sociedad en que habitamos, una sociedad incapaz de decirles me parece muy bien que no estés de acuerdo con mis medidas anticovid pero aquí mando yo y ahora o me obedeces o te llevo a la trena porque tengo que vigilar la salud de la sociedad y la tuya a pesar tuya.
España -yo lo dije desde aquí- debió confinarse, o casi, en el acueducto de principios de diciembre y en las Navidades pero, ay, ese miedo a perder votos, esa descentralización caótica, esas 17 Españas, esa falta de estadistas, porque no le vamos a echar toda la culpa a los jóvenes mimados que no son más que el efecto de una sociedad dislocada.