De lo ligero a lo insufrible

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31 may 2016 / 22:41 h - Actualizado: 31 may 2016 / 22:47 h.
"Inmigración"

Mi primer coche fue un Seat 600 color Seat 600 (es decir, beige sucio) del primer modelo que se fabricó, un tres puertas que se abría del revés. Entonces yo no tenía un duro, así que siempre iba fatal de gasolina. Además, la lucecita que debía avisar de que el depósito estaba próximo a vaciarse jamás funcionó, así que me quedaba sin combustible cada dos por tres. En previsión, llevaba en el mini maletero un embudo y una botella vacía de vino Savin con los que llegaba andando hasta la gasolinera más cercana cada vez que me quedaba tirada.

Un día se me paró el coche frente a unas instalaciones militares. El tráfico era muy denso, así que antes de ir en busca de mi litro de gasolina, decidí empujarlo para evitar la doble fila y el atasco que había empezado a formarse. Llevaba puesto un vestidito corto de cuadros escoceses con unas medias granates a juego. Cuando había recorrido unos cincuenta metros y había conseguido meter el coche en el único hueco disponible, se acercaron dos policías militares uniformados, interesándose por mi problema. Mientras se lo explicaba con voz entrecortada por el esfuerzo, noté que bajaban la vista y sonreían. Miré en la misma dirección, y allí estaban. Mis piernas, inexplicablemente desnudas en el crudo invierno pucelano, y los pantis, tristemente arrebujados sobre mis tobillos. Una nube absurda de tejido chantillí desmallada a mis pies, del mismo tono berenjena encendido del que debió colorearse mi careto un instante después.

Sí, lo sé, es una anécdota inocua; tanto como denunciar una vez más en estas líneas la necesidad urgente de dar una respuesta cabal a la situación de todos esos seres humanos que se ven obligados a huir de sus países, mientras se siguen rescatando a diario centenares de cadáveres en las oscuras aguas de cualquier mar.