Viéndolas venir

De qué color es la brecha

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Álvaro Romero @aromerobernal1
05 jun 2020 / 07:30 h - Actualizado: 05 jun 2020 / 09:14 h.
"Viéndolas venir"
  • De qué color es la brecha

Durante el confinamiento, y todavía en este fin de curso en que los alumnos han tenido que adaptarse a una nueva forma de aprendizaje y los profesores, a una radical enseñanza individualizada que los ha llevado a echar horas extra hasta de madrugada, se ha repetido hasta la saciedad eso de que debemos tener cuidado con la brecha. Han surgido miles de iniciativas solidarias, públicas y privadas, para repartir tables a tutiplén y para llegar con la conexión a aquellos hogares susceptibles de que internet pasara de largo por sus puertas. De modo que los casos en que algún alumno siga sin estar conectado a la red deben de ser muy testimoniales. Y ahora qué. Pues ahora resulta que volvemos a la casilla de salida porque, en el fondo, salvo esos otros casos testimoniales sin acceso a internet que ya sí tienen, el confinamiento vuelve a ponernos frente al reto de mejorar la educación ahora que una crisis de tal calibre nos obliga a planteárnoslo todo de otra manera. Lo que tenemos que preguntarnos es de qué color es la brecha. Porque lo mismo partimos de presupuestos equivocados.

La brecha que ya existe, y la que se avecina, no es digital, no nos engañemos, sino puramente sociocultural. Dispositivos informáticos tiene ya quien más y quien menos, e internet se filtra hasta por las alcantarillas. Pero ese, insisto, no es el problema. Ese es el escaparate del problema, la excusa del problema, la apariencia facilona del problema. Pensar que la brecha es digital es similar a pensar que para qué sirven la educación o el profesorado, o los libros, si todo está en internet. En Google, dicen los chicos. San Google.

Y claro que todo está en la red, porque la red es un trasunto del mundo, del mismo modo que todo está en el mundo. Y qué. Hemos olvidado la etimología de la información: informar es dar forma a los datos.

Porque ese Big Data del que tanto se habla no es importante por lo que acumula, sino por quienes lo gestionan. De poco le va a servir tanto Big Data al alumno desfavorecido cuyos progenitores no aparecen por casa hasta la noche porque viven soportando este sistema en el que una amplísima clase media enterró el sueño de trabajar para vivir y cumple escrupulosamente el requisito de vivir para trabajar. Al verbo trabajar se le acumulan ahora prefijos simultáneos que carga el diablo: teletrabajar, que, a la larga, empezará a significar otra sutil modalidad de sinergia, es decir, no parar ni durmiendo. Lo que se necesitan no son más dispositivos tecnológicos, sino más medidas de conciliación real. No se necesitan más megas en clase, sino bajar la ratio. No se necesitan más móviles, sino mucho más fomento de la lectura y confianza en el profesorado para conseguirlo.

El cambio educativo que se espera suscite esta crisis del coronavirus no puede reducirse a la implementación de pantallas, sino a la incorporación de las mismas en una educación de calidad que no puede olvidar jamás que información, formación y gestión del conocimiento han de ir necesariamente de la mano.

Lo triste será que las élites políticas, conscientes de que a las estrecheces propias de los tiempos hay que aplicarles altura de miras, se empeñen en regalarles el oído a las masas vendiéndoles por enésima vez que la exigencia es una barrera. La realidad es bien distinta: la exigencia de esfuerzos equitativos es el gran trampolín de los pobres -y no hablo en sentido económico, ni mucho menos- para dejar de serlo.

Cuando un alumno tiene dificultades para entender, para comprender, para gestionar críticamente la tempestad informativa que siempre tiene a su alcance no necesita que le pasen la mano, que blanqueen los datos a su costa, que maquillen la realidad confusa que no entiende con sucesivos criterios de evaluación que le terminen dando la patada hacia adelante. No. Lo que necesita es que el sistema tenga los suficientes mecanismos garantistas para volver a explicárselo, sosegadamente, para que entienda de verdad. Y ese es el verdadero reto de la educación pública y gratuita para todos.

Lo demás es demagogia. No demagogia barata, sino cara, porque les saldrá carísima a quienes tengan que pagarla, que como siempre serán los pobres, a quienes un día le regalaron un ordenador.