Del Café Gran Britz y ‘Pechohierro’

Los sevillanos de varias generaciones pasearon desde el establecimiento hasta el reloj del Ayuntamiento, en una ciudad provinciana

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26 jun 2015 / 22:12 h - Actualizado: 27 jun 2015 / 09:40 h.
"Hemeroteca El Correo"
  • Fachada del Gran Britz, lugar de tertulias en la calle y de encuentros para hacer el paseo por la calle Tetuán. / El Correo
    Fachada del Gran Britz, lugar de tertulias en la calle y de encuentros para hacer el paseo por la calle Tetuán. / El Correo
  • Cartel anunciando una tertulia con Rafael el Gallo, organizada por el periodista Ramón Soto. / Archivo Nicolás Salas
    Cartel anunciando una tertulia con Rafael el Gallo, organizada por el periodista Ramón Soto. / Archivo Nicolás Salas
  • Manuel Vázquez Alcaide, ‘Pechohierro’, a caballo. / Archivo Nicolás Salas
    Manuel Vázquez Alcaide, ‘Pechohierro’, a caballo. / Archivo Nicolás Salas
  • Anuncio del Gran Britz en El Correo de Andalucía en 1945, año de su apertura.
    Anuncio del Gran Britz en El Correo de Andalucía en 1945, año de su apertura.
  • El toro que arremetió contra los espejos del Gran Britz, cerca de la estación de Córdoba. / El Correo
    El toro que arremetió contra los espejos del Gran Britz, cerca de la estación de Córdoba. / El Correo
  • Aspectos del interior del Gran Britz: escalera central. / El Correo
    Aspectos del interior del Gran Britz: escalera central. / El Correo
  • Aspectos del interior del Gran Britz: zona reservada a señoras en el entresuelo. / El Correo
    Aspectos del interior del Gran Britz: zona reservada a señoras en el entresuelo. / El Correo
  • Aspectos del interior del Gran Britz: barra principal. . / El Correo
    Aspectos del interior del Gran Britz: barra principal. . / El Correo

{Durante más de dos décadas, desde 1945 hasta finales de los años 60, el café Gran Britz fue la máxima referencia hostelera local y nacional, sede de numerosas y populares tertulias, y lugar de encuentros juveniles para los paseos por la calle Tetuán y la avenida. El café Gran Britz fue el centro de referencia sevillana para varias generaciones de sevillanos.

Para comenzar, recordemos que el Gran Britz era el lugar de encuentros para iniciar el paseo por la calle Tetuán, la plaza Nueva y la avenida. La calle Tetuán, principalmente desde la esquina con las calles Velázquez y Rioja, donde estaba la cafetería y cervecería Gran Britz, establecimiento emblemático durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, hasta desembocar en la Plaza Nueva, era la zona de paseo vespertino diario en otoño e invierno. Los lugares de citas eran la parada de tranvías de la plaza del Duque de la Victoria, y debajo del reloj del Ayuntamiento. En ambos lugares se formaban los grupos de jóvenes que paseaban en pandillas. En primavera y verano, el paseo de prolongaba por las entonces avenidas de José Antonio Primo de Rivera y General Queipo de Llano, hasta la Puerta de Jerez, bien hasta el Coliseo España o la Casa Guardiola. Pero debajo del reloj del Ayuntamiento era la zona preferida para los encuentros de jóvenes llegados de los barrios históricos.

La III Semana de la Arquitectura organizada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla y FIDAS, que preside el arquitecto Ángel Díaz del Río Hernando, y que tuvo como comisarios a los también arquitectos José María Gentil Baldrich y Ana Yanguas Álvarez de Toledo, permitió recuperar la memoria profesional de Joaquín Díaz Langa (1907-1985), uno de los arquitectos sevillanos emblemáticos del segundo tercio del siglo XX. La exposición montada en uno de los salones del vestíbulo del Ayuntamiento, expuso planos y fotografías de sus principales realizaciones y dio a conocer una obra que estaba olvidada pese a la trascendencia que tuvo en su tiempo.

Entre los establecimientos que realizó Joaquín Díaz Langa llamó la atención el Gran Britz, un bar que pronto se convirtió en referencia ciudadana por su localización estratégica, su cuidada construcción y ambiente social. Ocupaba toda la esquina de las calles Tetuán, número 2, y Rioja, número 17, y su fachada e interior con dos plantas, era un conjunto barroco e isabelino, con mármoles, maderas nobles, bronces y grandes espejos que dieron a este establecimiento personalidad y estilo propio. Como cafetería y cervecería ofreció toda la gama de alimentos, con selectos surtidos de charcutería y dulces, más mariscos y tapas de cocina. Tenía refrigeración y calefacción, zona reservada a señoras, grandes novedades en 1945, cuando se inauguró, y pertenecía a la cadena hostelera Catunambú.

El Gran Britz fue lugar de encuentros juveniles para iniciar el paseo por la calle Tetuán y la avenida, de tertulias taurinas, de empresarios agrarios para sus tratos, de artistas que actuaban en los teatros de la ciudad, de deportistas, de tertulias de profesionales liberales como abogados, médicos y profesores universitarios y de institutos, que en conjunto formaban una clientela cosmopolita y variopinta, cada grupo con sus horarios y zonas, incluidas la puerta principal del bar, en plena calle.

Poco después de su inauguración en septiembre de 1945, a finales de la década, el Gran Britz sufrió la furia de un toro bravo que se escapó de la estación ferroviaria de Córdoba, cruzó las calles Reyes Católicos y Rioja, y al verse reflejado en los grandes espejos de la fachada, arremetió contra ellos, y luego entró en el local y siguió la destrucción de casi todos los espejos del salón, creyendo enfrentarse a otro toro. Al final murió en el cruce de la calle Sierpes, tiroteado por agentes de la Policía Armada.

Leyenda sevillana

Manuel Vázquez Alcaide, empresario agrario y jinete, fue un personaje muy popular durante los años 40 a 60, en el paseo y tertulias de la calle Tetuán, donde tenía su tertulia en el Gran Britz. Tenía unos conocimientos y experiencias excepcionales del costumbrismo rural, de las faenas agropecuarias y del nomenclátor de los utensilios camperos y ganaderos.

Manuel Vázquez Alcaide (Sevilla, 2 noviembre 1916-8 junio 2004), casado con Amelia Raventós Casajuana, Meli; cuñado de los matadores de toros mejicanos Carlos Arruza y Antonio Toscano; con setenta y siete años de antigüedad como hermano del Gran Poder, conocido por sus amigos con el sobrenombre de Pechohierro, fue un hombre singular que asimiló desde la infancia las constantes camperas clásicas: trabajaba en las faenas agrícolas y ganaderas de la finca familiar, domaba sus potros y yeguas, conocía las plantas silvestres, arreglaba los aperos; sabía herrar, trillar, aventar; mandaba hacer a sus hombres lo que él antes había hecho, y bien hecho, a conciencia, convirtiendo el trabajo en juego; hablaba su mismo lenguaje campesino. A pie y a caballo, tuvo la mirada siempre alta de conciencia limpia, al horizonte, a los ojos de las personas.

Cuando Manuel Vázquez Alcaide montaba a cualquiera de sus caballos –Brillante, Mensajero, Playero, Duende, Monarca...– y recorría la finca Villagrán, en pleno Aljarafe Alto, al regreso, le gustaba mirar al caserío y recordar sus vivencias cortijeras de medio siglo. Pocos conocían al Manuel Vázquez Alcaide labrador y ganadero, al empresario agrario que trabajaba de s ol a sol cuando era preciso. La gente sabía de su destreza con los caballos de verlo montar en las Ferias de Sevilla y de Jerez, en la romería del Rocío y algunas fiestas camperas, pero en la ciudad, en las tertulias de la Granja Garrigós o del Gran Britz, era Pechohierro, el hombre campechano, abierto a sus amigos, de trato alegre y desenfadado, que nunca se cansaba de hablar de caballos, de los que conocía su vida y milagros desde el nacimiento a la muerte.

Pocos podían mejorar sus palabras sobre los comportamientos del caballo en el campo, su crianza, sus orígenes, sus razas y estilos de doma. Pocos también podrían aportar vocablos nuevos a su léxico campero y equino. Si el tema era la doma vaquera, fluían las voces referidas al atalaje. Sobre la montura vaquera, ni una sola pieza escapaba a su precisa explicación. Y así sucesivamente, sin fronteras para los conocimientos adquiridos por vocación a lo largo de toda una vida. Y cuando se trataba de formas de montar, Manolo Vázquez Alcaide era exigente, sin concesiones.

Manuel Vázquez Alcaide mantendría su plena dedicación agropecuaria en Villarán hasta finales de los años sesenta. Después, siempre a mitad de camino entre la ciudad y el campo, nunca ha dejado de montar, de recrearse en la doma y el paseo, de mantener esa indescriptible y personal compenetración y entendimiento con su caballo favorito. Con ochenta y siete años falleció en junio de 2004 y con él desapareció un personaje sevillano de leyenda.