El IVA que se aplicará a partir de ahora sobre el importe de las sillas de Semana Santa podría ser la última noticia cofrade de calado del año que está a punto de echar la persiana. Se habla de un 21% de incremento sobre el precio final que tendrán que apoquinar las familias por contemplar el paso de las cofradías. El pellizco es un pico que viene a certificar la nueva deriva de las autoridades fiscales sobre el dinero –que es tela- que se genera en el entorno de nuestras hermandades.
Hablamos de muchos, muchísimos millones de euros que rebasan de largo ese concepto casero y voluntarioso con el que se manejaban hasta hace un cuarto de hora los números de nuestras corporaciones. Ese voluntarismo choca con la necesaria profesionalidad o solvencia que se debe exigir a quien administra un ingente patrimonio que abarca obras de arte, bienes muebles e inmuebles y una gran cantidad de dinero en metálico que procede de muchas vías: desde las cuotas de hermano o las papeletas de sitio, al chorreo incesante de los cepillos y cuestaciones o esos clásicos sobres tan difíciles de fiscalizar.
La vida doméstica de las cofradías de hoy se parece poco, poquísimo a las de hace sólo 25 o 30 años. En esa línea, su administración también debe estar acorde a los tiempos que corren. Las cofradías no dejan de ser espejos de la sociedad en que se mueven y en esa tesitura tampoco están libres de los fallos o las faltas de los hombres que las integran. Algunos episodios traumáticos, tan recientes, siguen coleando y no dejan de ofrecer el mejor ejemplo de lo que no debe volver a repetirse. Eso sí: a los abonados les han dado una inocentada inesperada con una carambola que llega desde Murcia.