Rubiales ha dimitido. Por fin, lo ha hecho. No tenía otra opción. Y no lo digo por la presión mediática o por una injusticia que haya cometido todo el universo conocido; no, dimite por lo que hizo.
Ahora, sólo falta saber cuánto tiempo pasará hasta que veamos a Rubiales sentado en un plató para dar lecciones de moral y ética sobre cualquier tema posible. Y es que eso es lo que se hace en las tertulias televisivas. Ya veremos qué cadena se adelanta y con qué desfachatez nos meten con calzador a este tipo en programas en los que se habla de cualquier asunto. Como todo el mundo sabe, programas como Sálvame sirvieron para analizar la pandemia que provocó el SARS-CoV-2 o sirven, actualmente (programas primos hermanos de Sálvame), para hacer el seguimiento jurídico-policial de casos de descuartizamiento en países lejanos.
Tiene Rubiales posibles colegas de tertulia que le sabrán orientar en el nuevo camino que supondría su participación en esos programas de televisión que tratan de amenizar mañanas, tardes y noches. Por ejemplo, Cristina Cifuentes tampoco iba a dimitir hasta que dimitió porque no tuvo más remedio (esta mujer robaba en el súper, pero no pasaba nada; y tenía títulos académicos que resultaban vergonzosos y tampoco pasaba nada). Y ahí está facturando una pasta. Se encontrará con Ábalos, el que fue ministro, un sujeto que habla con la misma prepotencia que lo ha estado haciendo Rubiales hasta hoy mismo y que ha generado un rechazo monumental entre propios y extraños. En fin, no le van a faltar compañeros de aventura.
Adiós, señor Rubiales. Y no olvide que dimite ahora, pero que existen razones para que lo hubiera hecho usted hace meses. Lo del beso no consentido ha sido la gota que ha colmado el vaso. Todos los sabemos.