Derecho de conquista

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28 may 2022 / 12:00 h - Actualizado: 28 may 2022 / 12:08 h.
"Historia"
  • Mezquita de Córdoba.
    Mezquita de Córdoba.

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La insostenible versión oficial de la Historia de España refuerza al independentismo andaluz, desde el momento que pretende hacer creer que España fue invadida por “los árabes” en 711 y luego, muy lentamente, a lo largo de ochocientos años, los “españoles” fueron recuperando el territorio y “expulsaron a los invasores”. Desde luego si pudiera ser cierto, no cabe duda que la conquista debía haber sido facilísima pues los llamados “invasores” por el léxico oficialista, después de ochocientos años debían estar muy ancianitos. La versión oficial mimetiza España con la península ibérica, sin ni siquiera tener en cuenta que en la península hay tres estados. Si se pudiera creer la especie, Portugal y Andorra habrían sido desgajados, separados, independizados. Pues ándense con cuidado, que el imperialismo español hasta podría estar dispuesto a reclamarlos.

Los hechos distan mucho de tan simplona visión. La palabra “íbero” significa “los de enfrente”, “los del otro lado”, y la aplicaron los curetes, el primer pueblo organizado en Occidente, procedente de la Cultura de Almería, a otros curetes que volvían, después de varios siglos de haber cruzado el Estrecho de Gibraltar hasta la orilla sur.

Renombrada por Roma, Hispania —procedente de la voz indígena “Spa” = lugar del agua— recibió su primera y duradera organización administrativa. Sólo la zona sur, con el nombre de “Bética”, fue reconocida provincia senatorial desde el primer momento, precisamente por su posición adelantada organizativa y políticamente, pues por algo es dónde floreció la gran civilización de Occidente, Tartessos, heredero de aquellos curetes creadores de la apicultura y la agricultura, en quienes se basa la hermosa leyenda de Gárgoris y Habidis. Tartessos, pese a ciertos supuestos investigadores, ansiosos de ratificar la tesis oficialista, incluso mintiendo, fue la única entidad cultural-política-administrativa existente en la Península, hasta la llegada de Roma, y en la división sucesiva en dos, tres y cuatro provincias, la única que se mantuvo sin cambios durante los más de quinientos años de vida del Imperio.

Pero los diversos pueblos de Hispania continuaron siendo diversos, hasta el punto de que, a la caída del Imperio y durante tiempo prolongado volvieron a su organización anterior, sólo rota por la irrupción de los visigodos que invadieron la península ya avanzado el siglo V desde la Septimania, tras perder el “Reino godo de Tolosa” incapaces de resistir a los francos. Pese a estar bien entrenados y dedicarse sólo a la guerra, tardaron más de trescientos años en ocupar la península. Consideraban degradante el trabajo, y ensalzaban la guerra como única cualidad (“Son pérfidos, pero castos”, dejó escrito de ellos el Obispo Osorio). Por ello, o más bien para ello, precisaban del trabajo de las comunidades invadidas, a quienes exigían las dos terceras partes de toda la producción, agrícola, artesanal y ganadera. Tan abusivas condiciones, hizo que los béticos —los andaluces de entonces— se le resistieran con mucha fuerza y frecuencia, de ahí el mantenimiento de toda la zona este en el Imperio Bizantino (Desde Córdoba hasta Orihuela) las matanzas en la Oróspeda (fuentes del Guadalquivir) y en la Serranía de Arunda (Ronda) y los dos sitios puestos a Híspalis (Sevilla), el segundo de más de dos años, en que la ciudad tuvo que capitular, arrasada por las máquinas de guerra y el envenenamiento de sus aguas.

Sin embargo, pese a que constituyeron un ente llamado “Reino Godo de Toledo”, recientemente se les considera creadores del reino de España y las estatuas de sus treinta y dos reyes, se airean en el Palacio de Oriente, encabezadas por la de Ataúlfo, que sólo fue Señor de Tolosa y la Septimania, y sólo cruzó los Pirineos muy al final de su vida y nada más pudo dominar una pequeña parte de la actual Cataluña.

El ridículo desatino pseudo histórico titula “legítimos” a las más de ciento veinticinco mil familias invasoras, que tardaron más de trescientos años en apoderarse de la península e imponer su imperialismo depredador, mientras considera “invasores” y “extranjeros”, a quienes, teóricamente, llevaban ochocientos años aquí, sin haber efectuado ninguna conquista guerrera. Teóricamente, porque no hubo invasión, porque el máximo número de norteafricanos llegados en 711, reconocido incluso por el más recalcitrante imperialismo español, fue de trescientos de a caballo. El único ejército, mayoritariamente mercenario, el de al Mansur (Almanzor), se deshizo y sus componentes volvieron a sus bases.

Ridículo desatino, necesario, sin embargo, para justificar las guerras intermitentes que terminaron por poner toda la península en poder de los reinos de Portugal, Castilla-León y Aragón-Cataluña. La historia mandada escribir por el analfabeto Alfonso III, ha servido de base, pero no han reparado en la base, el poema de Fernán González, escrito cien años después de la existencia de este Gobernador de Cantabria, dice del supuesto conde en uno de sus versos:

“... mantuvo siempre guerra
con los reyes de Hispania”.