Derecho de conquista (y II)

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04 jun 2022 / 12:14 h - Actualizado: 04 jun 2022 / 12:19 h.
  • Los grandes tesoros del saber andalusí. EFE/Juan Ferreras
    Los grandes tesoros del saber andalusí. EFE/Juan Ferreras

Ha quedado claro en artículo anterior: para el autor del “poema de Fernán González”, Hispania no eran los posteriormente nombrados reinos, del Cantábrico, sino justamente el resto de la península, la zona adscrita al Emirato-Califato. No reconocer la existencia de esos reyes, ya es, cuando menos, llamativo. Peor es no reconocerlos por considerarlos “invasores extranjeros”, pese a haber nacido en el lugar hoy llamado España, al mismo tiempo que se considera “reyes de España” a los cuatro primeros visigodos, nacidos en Dacia (Rumanía) o en la Galia y a los otros veintiocho que nunca se consideraron “reyes de Hispania” sino del “reino godo de Toledo”. Es materialmente imposible que alguien pueda ser extranjero después de cien años y más hasta los ochocientos, monstruosa barbaridad que aún mantiene la oficialista “Historia de España”. Más increíble es su expulsión y la subsiguiente repoblación de las ciudades andaluzas con familias procedentes de Castilla y León. Cuando el reino de Castilla-León no superaba el millón y medio de habitantes, los reinos andaluces sumaban dos y medio. Es imaginable la enorme dificultad logística, más bien imposibilidad absoluta, de vaciar un territorio con dos millones y medio de habitantes. ¿Cuántos barcos de la época habrían hecho falta? Pero más increíble aún es que Castilla pudiera “repoblar” Andalucía. Es imposible, simplemente no contaba con suficiente población para repoblarla.

Los árabes no pudieron invadir España por tres razones: porque ni un contingente de trescientos guerreros puede considerarse invasión, ni las oleadas posteriores hasta el siglo X, que llegaron a sumar en total quince mil, norteafricanos en su mayoría pero con mayor presencia de sirios que de árabes. Y porque España no existía

Los reinos, condados y ciudades que ahora forman el reino de España, no empezó a tener estructura unitaria hasta el reinado del primer Borbón, sólo empezó a tomarse en serio a partir de Carlos III, pero no se materializó hasta la división del reino en cuarenta y nueve provincias en 1834, aumentado a cincuenta con la división en dos de la de Canarias. Hasta ese momento no puede hablarse de Estado, sino de reinos distintos con un mismo monarca. Pese a la afirmación de que los Reyes Católicos “unificaron” España.

El aserto es absolutamente falso. Isabel fue reina de Castilla-León hasta su muerte, y Fernando, de Aragón-Cataluña. Si hubiera sido un reino unificado no se hubieran podido dar los siguientes movimientos políticos tras la muerte de Isabel I: El reino de Castilla-León fue heredado por Felipe I “el Hermoso”, como tutor de su esposa, Juana I, interesadamente acusada de trastorno mental. Fernando II se retiró a sus estados de Aragón y se casó con Germana de Foix. El hijo de Juana y Felipe, Carlos I, heredó ambos reinos en distintos momentos, pues cuando recibió el de Castilla, también como tutor, todavía vivía Fernando. Y pudo heredar el de Aragón-Cataluña, porque el matrimonio Fernando-Germana no llegó a tener hijos.

El reino astur-leonés necesitaba un pretexto para justificar su separación del hispánico con capital en Córdoba, y se atribuyeron una ascendencia visigoda con que allegar legalidad a su expansión hacia la Meseta, motivada tan sólo por la falta de recursos en la Cordillera y por su ambición –esto sí, aprendida de los godos- que les hizo despreciar el trabajo y crear el “oficio de la guerra”. Es lo que les creó una necesidad de conquista, una espiral, por la que continuamente necesitaban nuevos territorios. Por esa razón, los reinos de Aragón y Castilla se repartieron la península, pero no sólo la península. La línea trazada en los acuerdos de Cazola para marcar la división de sus zonas a conquistar, se extendieron al continente africano. Los reyes de lo que hoy es España nunca llegaron a poder entrar en el reparto colonialista del Continente. Pero tenían su propia colonia, sin cruzar el mar: la llamaron “Castilla novísima”, como en un primer momento llamaron a América “Nueva Castilla”, nombres que no prosperaron. La primera continuó llamándose Andalucía, todavía anexada a España -que no integrada en- por derecho de conquista. Pero esta, ya, es otra cuestión.