Viéndolas venir

Dígalo conmigo: ‘Feliz Navidad’

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Álvaro Romero @aromerobernal1
27 dic 2020 / 13:42 h - Actualizado: 27 dic 2020 / 15:53 h.
"Viéndolas venir"
  • Dígalo conmigo: ‘Feliz Navidad’

No se trata de una imposición, de un capricho, de una medida fascista, que tanto se lleva la palabra ahora. No. Se trata de llamar a las cosas por su nombre. En estos días hay que decir “Feliz Navidad”. Está claro que todos podemos decir lo que nos dé la gana. Incluso no decir nada, ahorrarnos las palabras vacías. Pero lo que se está celebrando es la Navidad, que tiene su sentido religioso, sí, por el nacimiento de un Niño que quienes creemos consideramos Dios, pero también tiene su sentido mundano, el nacimiento de un nuevo año, el nacimiento de un nuevo curso del sol, un solsticio, la buena nueva de que seguimos girando. Y eso se llama Navidad. Para fiestas, felices o no, ya tenemos el resto del año. Y ya sabemos que tantas veces llamamos fiesta a lo que no es. Incluso felicidad a lo que significa todo lo contrario.

Comprendo que muchas administraciones apuesten por un luminoso para todo que ponga Felices fiestas, porque así pueden ahorrar lo que no quieren ahorrar en otros cometidos, pero que la gente haga suyo el eslogan no solo me parece una ciega señal de sometimiento al poder, sino una absurda simplificación que tiene que ver, en el fondo, con ese incomprendido relativismo que solo conduce al empobrecimiento de ir cargándonos los nombres propios para que todos se conviertan en comunes. Con la Navidad, así, en mayúsculas, estamos nombrando el Nacimiento o Renacimiento que no solo puede aludir a Cristo, sino a nosotros mismos, nacidos (y hasta renacidos) igualmente en un momento de verdadera felicidad, porque todo alumbramiento nos emparenta con la inspiración divina, que no deja de ser una metáfora de nuestra condición espiritual, esa que nos transforma en algo más allá del puro materialismo. Con esas fiestas felices que algunos nos desean, en cambio, asistimos a un manoseo de palabras comunes a precio de saldo, absolutamente intercambiables como cualquier palabra baúl de las que pronunciamos sin compromiso, por quedar bien, por cortesía, por educación en minúscula, es decir, por hipocresía.

Vamos a cerrar un año histórico, terrible, inolvidable, y no me apetece empezar otro en el que la única esperanza sea la de que todo vuelva a ser como antes. La Navidad va mucho más allá de la religiosidad que a estas alturas a nadie se le impone. De modo que, harto como estoy de toda esa barata patraña de querer revolucionar el mundo posicionándose en contra de algo, lo que sea, sin cambiar la postura del sofá, permítanme que les desee, queridos lectores, algo que de verdad seguimos celebrando estos días: Feliz Navidad.