El Cristo del Museo hace un esfuerzo terrible para tomar algo de aire, no puede respirar en la cruz, se le va la vida. El Cristo de El Cachorro es el siguiente paso en la agonía, con el poco aire que ha logrado está expirando, a punto de derrumbarse lentamente, mirando al cielo. Después, se acabó, tal y como nos lo muestra el Cristo del Amor y el de Los Estudiantes. Se acabó, el Hijo de Dios -que es Dios mismo- ha muerto. Silencio, hasta esa muerte nos ha llevado el Nazareno del Silencio, cargando con su cruz que es su única compañía en el momento final. “¡Qué solos se quedan los muertos!” Y los revolucionarios más que nadie.
En otro tiempo, cuando Dios moría el Jueves Santo y estaba muerto hoy viernes y mañana sábado, las emisoras de radio sólo emitían música clásica que no dejaba de sonar hasta el Domingo de Resurrección. Siempre pienso que en estos tiempos no estaría mal que nos calláramos todos unos días, sólo se oyera música clásica y pensáramos adónde hemos llegado y por qué. Hay demasiado ruido en este mundo y ahora mucho más porque todo aquello que se quedaba en familia, entre amigos, conocidos, en el bar, en el trabajo o dentro de cada uno porque estimábamos que no era positivo para nuestro bienestar ni el de los demás sacarlo fuera, ahora se vuelca o se vomita en las redes sociales, el mundo es una inmensa e interminable Calle del Infierno de la feria sevillana en el que sólo los niños nos dan alegrías y entonces obramos de una manera suicida: renunciamos a engendrarlos, parirlos y, lo que es más difícil, educarlos.
Dios está muerto, a mí de la Semana Santa de Sevilla me gustan sobre todo dos momentos y son muy tristes: el tenebroso relevo de la guardia romana en la Hermandad del Santo Entierro, ante el Cristo Yacente, y el sobrecogedor transitar del paso de la Sagrada Mortaja cuando, en medio de un silencio total, va de recogida, acompañado únicamente por la campanilla del muñidor y una música de capilla.
Los creyentes saben que el domingo vuelve Dios al mundo, otros creemos que Dios no solo murió sino que no existió jamás. Es tan duro esto último que precisamos que resucite para volverlo a matar porque tal vez esa dinámica nos dé vida, no lo queremos a él, nos queremos a nosotros por encima de todas las cosas y los prójimos. El Dios que ahora está muerto es un revolucionario y como la revolución acaba por devorar a sus hijos él no ha sido una excepción. El revolucionario es alguien exclusivamente suyo, lo que siembra se convierte en ritos y símbolos, no en seguimiento absoluto y correcto de lo que su doctrina revolucionaria nos ha enseñado. El revolucionario es la excepción que confirma la regla de lo que somos, el que nos muestra quiénes somos. Precisamos unos mandamientos para recordar que debemos cumplir lo que no sabemos cumplir: “ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Qué alejado está esto de lo que me circunda, pero es necesario que exista tal deseo, que nos abandonemos a él porque carecemos de valor para enfrentarnos a la realidad que nosotros mismos protagonizamos. El problema no es Dios, el problema es el Humano. Por eso precisamos a Dios. Pero, por favor, no es necesario ni que discutamos ni que nos matemos por el hecho de que unos crean que el domingo volverá Dios a la vida y otros estimemos que no lo hará porque nunca estuvo entre nosotros. El creacionismo contra el evolucionismo, aún discuten por este hecho en Estados Unidos y se matan en otros lugares. El final para todos es el mismo: la muerte. Vamos a intentar aprovechar este paréntesis que es la vida para procurar respetarnos los unos a los otros.