Divino vergel del Jueves Santo

Juan Miguel Sánchez, autor del diseño del manto y el palio de la Virgen de los Ángeles, niega que esta obra sea modernista en unas declaraciones olvidadas durante 50 años, sino «sentida y natural»

Image
22 feb 2018 / 21:45 h - Actualizado: 23 feb 2018 / 09:16 h.
"Cofradías","Cuaresma 2018"
  • Paso de la Virgen de los Ángeles en 1964. / Colección particular
    Paso de la Virgen de los Ángeles en 1964. / Colección particular

En la España de los cuarenta Conchita Piquer amenizaba los rigores de la postguerra cantando la desventurada pasión que por su modelo sentía el pintor Juan Miguel cuando acudía al Museo de Sevilla «a copiar las maravillas de Murillo y Rafael». Aquel «chavalillo» era Juan Miguel Sánchez Fernández, popular entonces por sus vistosos carteles y considerado hoy como el creador más novedoso de la primera mitad del siglo XX en Sevilla, gracias a su personal e innovador estilo y a su carácter polifacético, pues cultivó las más variadas manifestaciones artísticas.

Hacia 1952, siendo ya Catedrático de Bellas Artes, inició una etapa muy prolífica marcada por la experimentación en la pintura mural y en la decoración de interiores. En este año los lazos familiares que mantenía con miembros de la junta de la hermandad de los Negritos le llevaron a aceptar el cargo de director artístico de la cofradía para afrontar la ornamentación del nuevo retablo de la Virgen de los Ángeles. En esta faena surgió la idea de realizar un paso pensado como una obra global que superara la frontera juanmanuelina impuesta por el gusto sevillano. Poco a poco el proyecto fue materializándose con el estreno del manto y los candelabros en 1961, la saya, los varales y el palio entre 1964 y 1965 y finalmente la corona en 1970. La admiración que suscitó la visión de aquella creación, que «hacía pensar que los ángeles del cielo habían puesto en ella sus manos», no estuvo exenta de cierta extrañeza que el propio Juan Miguel aclaró: «Sabiendo que el estilo Barroco es una de las principales fuentes de las obras de arte de nuestra Semana Santa, dediqué todos mis afanes y desvelos a crear, con un concepto de uniformidad en todos los aspectos y elementos, una obra que, dentro de su originalidad, no perdiese el sentido de lo tradicional. Así nació la idea, que trasladé a un boceto en color. El manto, como todo el paso, es una obra que interpreta fielmente el sentir de la hermandad. Al dibujarlo, al pintarlo en color no realicé otra cosa que un cuadro mío no moderno ni modernista, sino sentido y natural, ya que mi pensamiento no podía ser otro que el que inspira el antedicho barroquismo en nuestra Semana Santa, cuya expresión es que, desde la tierra, de donde nace todo y lo humano, partimos en ofrenda fervorosa hacia el cielo para así corresponder las Gracias Divinas. Por eso orlando la parte inferior del manto resalta un conjunto de formas que simboliza la tierra, desde donde brotan plantas y flores que se elevan sobre un fondo de cielo azul tachonado de estrellas, hacia lo alto, donde está la Virgen de los Ángeles rodeada de rosas de pasión».

El paso de la Virgen de los Ángeles es un excelente ejemplo del aire renovador de la plástica de Juan Miguel, una fusión perfecta entre la tradición figurativa local, la riqueza cromática de Bacarisas y la geometría cubista de Vázquez Díaz. Su estilo se reconoce aquí en la composición general reducida a compactos volúmenes en un sabio constructivismo que, modelado por los contrastes cromáticos que unen lo rico y lo luminoso, rechaza las estridencias y adquiere una delicada expresión.

En el terreno de lo simbólico es una obra cumbre de la Semana Santa y representativa de la sólida formación religiosa de su autor, pues tomando como precedentes los ciclos pictóricos ejecutados en la Capilla de la Real Maestranza y en la parroquia de Santa Teresa, creó un acertado compendio simbólico en torno a la pureza de María a través de la recreación del «huerto cerrado» de El Cantar de los Cantares. De esta forma, transformó el paso en un divino vergel del que brotan el naranjo típico de la primavera sevillana, como Árbol de la Vida, las palmeras (evocadoras de la regeneración y la justicia), azucenas (virginidad), rosas (realeza) y pasifloras (Pasión). El sentido de elevación queda reforzado por las esbeltas palmeras de los varales que alcanzan el cielo roto por la gloriosa aparición del Espíritu Santo plasmado en el palio. Como camino de salvación y custodiada por legiones de ángeles y querubines que aclaman a la Regina Angelorum, la Virgen emerge del jardín como Flor entre las flores y resplandece en el firmamento como Estrella de la Mañana.

También durante su ejecución Juan Miguel dio muestras de su singular personalidad, pues el proceso fue lento y minucioso, como era su costumbre, hasta el punto de que no fueron pocas las ocasiones en las que las Hermanas Trinitarias, encargadas de su confección, tuvieron que rehacer las puntadas al no responder a la calidad que exigía el artista.

Pese a que Juan Miguel no llegó a concluirlo y a los añadidos posteriores, el paso de la Virgen de los Ángeles conserva el concepto original de la uniformidad como elemento de impacto visual a través de sus símbolos, de su ornamentación y de su plasticidad, cuya clave está en su carácter sofisticado y en la sensual estilización de las formas, que le aporta un espíritu dinámico y una frescura basada en el elegante diálogo entre el oro y la plata. La labor en estos dos últimos años de restauración concluye el próximo Jueves Santo ofreciéndonos el esplendor que los marfiles, el tisú y los más de cien kilos de oro fino y plata habían perdido en su medio siglo de vida, una recuperación que devuelve la modernidad a nuestra Semana Santa y reafirma las palabras que este periódico dedicó al artista en su obituario: «La obra de Juan Miguel Sánchez no sólo tuvo vigencia en el pasado, sino que aún sigue interesando y en algunos aspectos no ha sido superada». ~