Durante la cena del adiós, Jesús propone a los suyos –y también a nosotros, discípulos de hoy– algunas palabras en torno a la imagen de la vid. Era una metáfora ya conocida: la Biblia contiene muchos pasajes en los que la viña representa a Israel y Dios es imaginado como un agricultor bueno que cuida con afán de su viña (Is 5,1-7; Sal 80,9-20; Jer 2,21, etc.).
Pero Jesús transforma la metáfora. Ahora él mismo es la vid, el viñador representa a Dios y los sarmientos somos los discípulos. La relación entre los elementos esclarece el texto: igual que los sarmientos necesitan a la vid para dar frutos, así los discípulos deben permanecer en Jesús. Permanecer es vivir en Jesús, es mantener una relación estrecha y duradera con él. Ser discípulo, por tanto, no es hacer cosas ni alcanzar perfecciones, sino gozar de una relación gratuita: permanecer unidos a Jesús. Sin él, todo se vuelve esterilidad y desgracia, destinado al fuego del juicio. Con él, el discípulo se vuelve fecundo y da mucho fruto. Además, lo que se le exige ya se le ha regalado, es don antes que tarea. Este fruto, leído a la luz de la segunda lectura, consiste en que creamos en Jesucristo, y en «que nos amemos unos a otros» (1 Jn 3,23). Fe y amor son los frutos de los sarmientos unidos a Jesús que glorifican a Dios.
En la primera lectura, el libro de los Hechos relata cómo la Iglesia primitiva «daba fruto» o, al decir de Lucas, «se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo». Más concretamente, se cuenta el caso de Saulo que, por gracia divina, pasa de perseguidor a testigo del evangelio. Sí, ciertamente la unión con Cristo da mucho fruto.
Preguntas:
1. Hay quien quiere «dar frutos» (buenas obras) sin «permanecer en la vid» (relación con Jesús: oración y sacramentos), pero esto no es posible. Piensa en ello.
2. Ser discípulo es, sobre todo, gozar de Jesús y relacionarnos con él. ¿Cuidas dicha relación?
3. Saulo de Tarso pasa de perseguir a los creyentes a ser perseguido por causa del evangelio. ¿Eres valiente y das testimonio de tu fe?