Ecología de la soledad en la sociedad actual

en verde

Image
03 mar 2018 / 23:53 h - Actualizado: 03 mar 2018 / 23:54 h.
"En verde"
  • Ecología de la soledad en la sociedad actual

TAGS:

Según el Diccionario de la Real Academia Española, la soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. O también el pesar y melancolía que se siente por la ausencia, muerte o pérdida de alguien. El poeta John Donne (1624) escribió en su Meditación XVII, perteneciente a Devotions Upon Emergent Ocasions: «Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti».

Por quién doblan las campanas fue una soberbia película de Sam Wood (1943), con nueve nominaciones a los Premios Oscar basada en la novela del mismo título de Ernest Hemingway publicada en 1940. Nos quedamos con la frase «nadie es una isla completo en sí mismo». Lo cual nos lleva a pensar si hay soledad buscada y deseada o siempre es inducida por la matriz ambiental del ecosistema de cada cual, llevando a situaciones no queridas y generadoras de falta de calidad de vida o incluso enfermedad.

Hay momentos de soledad buscados como forma de encuentro personal con el interior de cada cual o meditación en una búsqueda de trascendencia, de éstos no hablaremos porque tienen un fin positivo y son buscados por la persona de forma intencionada. Jesús de Nazaret buscó la soledad en muchos momentos de su vida pública, posiblemente también antes: «En aquel tiempo, el Espíritu empujo a Jesús al desierto» (San Marcos, 1, 12-15). El filósofo Martin Heidegger se retiró a una pequeña cabaña en la Selva Negra y allí, en soledad, realizó sus más brillantes escritos; una soledad fecunda y buscada. Pero no es este tipo de soledad a la que queremos dedicar esta tribuna. En septiembre de 2017, el diario El Mundo publicaba un artículo con el título «La epidemia de la soledad ya supera a la obesidad como amenaza para la salud». Se manifestaba que, basado en datos de un extenso estudio llevado a cabo en Estados Unidos, Europa, Asia y Australia, «la soledad –entendida como aislamiento social– puede representar mayor amenaza para el sistema sanitario que la obesidad» y que, además, «la conexión social puede reducir en un 50 por ciento la muerte prematura de quienes están –y no sólo se sienten– completamente solos». «La soledad aumenta el riesgo de mortalidad, y su magnitud supera muchos de los principales indicadores de salud habituales», sostiene Julianne Holt-Lunstad, principal responsable del estudio al que alude el citado diario. Las relaciones sociales son un indicador de salud, según los criterios comúnmente utilizados para determinar las prioridades de la salud pública. De acuerdo con el artículo citado, en España, un informe conjunto entre la Fundación Axa y la Fundación ONCE advirtió en 2015 que los españoles se sienten solos. La mitad de la población española admite haber sentido, en algún momento, cierta sensación de soledad en el último año, que uno de cada 10 españoles (más de cuatro millones de personas) se sentía solo con mucha frecuencia y que en torno a un 20 por ciento de españoles vive solo, y de ese porcentaje, un 41 por ciento admite que no lo hace porque quiere sino porque no le queda otro remedio. Es decir, hay muchas personas que viven solas por imperativo de su realidad, es decir, de su contexto ecológico.

Recordemos que la ecología es el estudio del hogar de los seres vivos, incluidos los seres humanos. Podríamos hablar de las redes sociales y la sensación de comunicación que representan. Incluso se habla de sociedad digital y democracia horizontal. Parece que el paradigma de la smart city traerá más felicidad a la vida en la ciudad. Nada de esto es real. De acuerdo con el sociólogo Juan Díez Nicolás, «parece que las redes sociales proporcionan compañía pero es evidente que no, porque no sustituyen el contacto personal. Los jóvenes se sienten muy solos porque el mundo actual es muy competitivo y acusan la falta de trabajo y de perspectivas vitales y cuando están juntos, también están con su móvil. La distancia social no se mide en metros». La tecnología no sólo no parece capaz de frenar la epidemia de la soledad sino que, además, ha conseguido alterar la percepción que de ella se tiene. De acuerdo con Sherry Turkle, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts, citada en el excelente artículo que comentamos, «la conversación se muere, las personas se conectan cada vez más digitalmente pero la prevalencia de la soledad –aislamiento social– sigue aumentando».

En España tenemos nueve millones de pensionistas. Seguro que algunos están solos y todo se sienten solos ante un Gobierno que no reconoce su derecho a una vida digna tras una vida de sacrificio y trabajo. La indignante subida del 0,25 por ciento en las pensiones es una bofetada a una ciudadanía que no se lo merece, y que en parte acusa una grave soledad. Los pensionistas se sienten solos. También es soledad social la que tienen esas madres de España que cuidan solas a sus hijas e hijos. Esas que reparten el tiempo entre su trabajo, a veces el cuidado de mayores dependientes y la educación de sus hijos e hijas, con una responsabilidad desproporcionada de apoyo al colegio por un deficiente sistema educativo.

El médico y catedrático sevillano Dr. Jaime Rodríguez Sacristán, en su libro El sentimiento de soledad (1992, Editorial Universidad de Sevilla), expone que «el sentimiento de soledad es una experiencia humana que no tiene nada de simple. Está compuesta por emociones, intuiciones, razonamientos y elaboraciones psicológicas como el sentimiento de angustia y vacio en el tiempo. Si agrupamos todas estas vivencias en su conjunto podemos hablar de la Constelación de la Soledad que se encuentra cerca de la Constelación de la Tristeza y del Mundo del Dolor».

El jesuita y sociólogo José María Rodríguez Olaizola en su libro, que se presenta esta semana en Madrid, Bailar con la soledad (2017, Sal Terrae), nos manifiesta que «la soledad es un sentimiento complejo que a veces trae paz pero que en otras ocasiones nos abruma sin que sepamos bien qué hacer con eso que remueve en nosotros». La soledad abruma a la mayor parte de las personas. Esta sociedad necesita un cambio que no lo van a dar las nuevas tecnologías ni la smart city. El camino lo traza la humanidad de nuestro ser, el llamado ser humano que parece no serlo en no pocas ocasiones. La comprensión, la cercanía, la comunicación en proximidad, el amor y el apoyo mutuo pueden eliminar el sentimiento de soledad. Para ello hace falta un marco social que entienda que la soledad se puede convertir en una de las principales causas de enfermedad individual y social de nuestro mundo. Necesitamos para ello otro tipo de ciudad y unos gobernantes que piensen en el ser humano, especialmente en las personas más débiles y necesitadas, más que en economía.