Estamos en la antesala de unas nuevas elecciones en la Comunidad de Madrid -el llamado 4M- y están ocurriendo demasiadas cosas inauditas, que no pasan desapercibidas para la opinión pública y que, sin embargo, no parece, desgraciadamente, alterar el panorama político español. Ojalá me equivoque.
Estas elecciones suponen mucho más que la elección de un Gobierno autonómico, pueden ser el reflejo de cómo va a ir la gobernabilidad de este país en los próximos años y, por tanto, el futuro de todos los españoles; perdón, el de todos menos el de ellos, los políticos.
Son seis candidatos los nominados para dirigir esta comunidad, todos con sus virtudes y con sus defectos.
El señor Gabilondo, candidato del PSOE y filósofo, empezó diciendo que «con Iglesias no, por ser como es» y a los pocos días dijo «querido Pablo tenemos doce días para ganar las elecciones»; aquí perdió su credibilidad y se envolvió en la de su presidente, Sanchez.
La Señora Monasterio de Vox, arquitecta, con sus ideas y con su vehemencia, rompe esquemas de los más progres y desconcierta a los europeistas.
El señor Edmundo Bal de Ciudadanos, abogado del Estado, parece el más equilibrado, pero falla la indefinición de su partido y no sabemos si pactará con unos o con los contrarios.
Mónica García representante de Más Madrid, ex-Podemos y ahora compañera de viaje de Iñigo Errejon, es médico y activista de las «mareas blancas», apuesta por lo público y le produce alergia todo lo privado.
Isabel Diaz Ayuso del PP, periodista y actual presidenta de la Asamblea de Madrid, pretende revalidar su cargo y es el oponente a batir. Es blanco de todo tipo de críticas incluso dentro de su propio partido, por su soltura y personalidad.
Por último, Pablo Iglesias candidato de Unidas Podemos, licenciado en Ciencias Políticas, es un personaje de otro nivel, es distinto, es peor; y no por la hipocresía mostrada en esa reconversión personal a la llamada casta que el ahora representa con su chalet , su nómina, su tata y su chofer; no por su odio ni por esa emoción que siente cuando patean a un policía en el suelo, no por sus mentiras (es un mentiroso compulsivo y su última mentira pública la dijo en el debate televisado al afirmar que él ordenaba a la UME sus actuaciones durante la pandemia y fue inmediatamente desmentido por la propia Unidad Militar), no por sus falsedades con ese mal teatrillo de cambio de coche con chófer por el taxi para que le vean en las distintas televisiones, ni por su victimismo impostado cuando recibe un sobre con amenazas y se alinea con el partido de los asesinos de ETA y monta escraches contra una madre embarazada, no por su machismo nombrando a su pareja Ministra sin ningún mérito reconocido en este gobierno desconcertante y a otras amigas y secretarias les promociona, ni tan si quiera por el moño que se lo arreglan a pesar de su aspecto descuidado, no por su bajeza y descalificaciones a sus oponentes políticos; es de otro nivel, es distinto, es diferente, es peor porque todo en él es falso. Es un farsante que desprestigia la política, a los políticos y, lo peor de todo, desprecia a todos los españoles por su forma de ser y actuar. De su pensamiento político ni hablamos, ya le conocemos. No sé quién dijo «El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen» y el señor Iglesias de imagen está mal, muy mal.