Somos el 'Titanic' de nuestro planeta pero no queremos verlo en nuestro veraneo de playa, bronceador y chiringuito. El Ártico se derrite y estamos la mar de tranquilos. Pronto podremos hacer turismo en bermudas por Groenlandia, qué guay. El hielo no tiene pregoneros salvo para el vaso largo. Nuestra sociedad de consumo está basada en acalorarnos. La banquisa es un estorbo. Los glaciares están en retirada. A por ellos, oé.
Los dos polos, el Ártico y la Antártida, son imprescindibles para equilibrar las condiciones de vida de las que gozamos con tanta facilidad como falta de apego a la naturaleza. Esas inmensas extensiones de hielo, tan monótonas, tan poco mediáticas, tan desperdiciadas para poner chalés y tiendas de 'souvenirs', nos han guardado las espaldas durante los miles de años en los que hemos capitidisminuido la floresta de los continentes, extinguida la fauna natural hasta el punto de que las abejas tienen dificultades para polinizar, y vertido a los oceános todo nuestro catálogo de basuras. Ya no tienen más aguante para protegernos. Y, en su estado de debilidad, han de aguantar las bravatas de los carroñeros que proponen forrarse con los filones minerales accesibles gracias a la catástrofe medioambiental.
Perdone que comparta con usted estas nimiedades, en comparación con lo que está en juego: qué club de fútbol le va a pagar millones de euros como salario a Neymar para que persista en sus irregularidades, espantadas y caprichos. Un dilema que sí suscita debates apasionados en primera línea de playa.