El Banco de España no entra en detalles

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17 jun 2017 / 21:31 h - Actualizado: 17 jun 2017 / 21:32 h.

Tendremos que esperar a una mejor ocasión para conocer con más precisión qué sucedió con la crisis bancaria que engulló a distintas entidades financieras de nuestro país. Lo único claro que se desprende del informe del Banco de España es que las Cajas de Ahorros fueron las principales culpables de la debacle sin que las autoridades competentes en la materia tuvieran apenas responsabilidad alguna en el desastre ocurrido, según se desprende del documento conocido esta semana. Nada de autocrítica sobre la gestión que se ha hecho del asunto que se ha llevado por delante unos 60.613 millones de euros a costa del erario público así como firmas señeras y miles de puestos de trabajo desaparecidos en apenas unos años. La fiebre del ladrillo tiene mucho que ver con lo sucedido así como una evidente falta de control en el gobierno de unas cajas que carecían de la profesionalidad necesaria, salvo honrosas excepciones.

En el caso andaluz ha quedado claro el resultado final de tanto desastre. Sólo Unicaja sobrevive, ya convertida en banco y a las puertas de su salida a bolsa que resulta ser el capítulo trascendental para resolver su futuro. Pero el resto de cajas quedó en el camino, absorbidas por otros, desparecidas, en fin, como instrumentos financieros propios de nuestra comunidad. Es cierto que el Banco de España no ha querido ir más allá en su estudio. El análisis forense ahora presentado, y que se refiere a la crisis bancaria comprendida entre 2008 a 2014, no hace sangre y prefiere repartir culpas entre la burbuja inmobiliaria, la coyuntura económica, la nefasta gestión y la carencia de una normativa adecuada. En realidad, no hace falta nada más. Aquí se sabe a la perfección quienes se han enriquecido descaradamente con estas cajas fuera de una vigilancia de rigor que constituían sociedades participadas por doquier para que unos cuantos de sus dirigentes hicieran grandes negocios con determinados amigos que adquirían cuatro terruños para convertirlos en cotizados solares en donde construir viviendas. Entonces ellos mismos se consideraban banqueros de toda la vida, cuando en realidad, eran unos recién llegados, eso sí, con mucha hambre de millones y de postureo social. Cualquiera los paraba y aquel que osó a hacerlo, Manuel Chaves, por ejemplo, a punto estuvieron de llevárselo por delante. La verdad es que hicieron lo que les dio la gana hasta que, al final, se hizo insostenible la deriva en la que se sumergieron.

Todavía está por conocerse el alcance justo del latrocinio registrado ante nuestras propias narices pero a nadie se le escapa que hicieron buenos capitales gracias al sudor de su frente y la especial habilidad que desarrollaron en el manejo de sociedades interpuestas, operaciones fallidas o exóticas, iniciativas emprendidas en el extranjero, lejos, pues, de las miradas inoportunas. Sí. Lo hicieron muy bien para sus intereses. Literalmente se forraron y hoy se pasean henchidos y ufanos, como si fueran unos prohombres a los que Andalucía les debe mucho aún. Ahora se codean con la alta sociedad mientras que sus conmilotones, integrantes de conocidos despachos especializados en el tráfico de influencias, también reposan debidamente abrigaditos y sin ningún rasguño, que ya es habilidad. Es decir, mientras que los políticos amigos se la jugaban en primera línea, ellos y ellas ingresaban pingües beneficios a cuenta de informes de mentirijillas y maniobras orquestales en la oscuridad. Algún día será cuestión de poner nombres y apellidos a aquellos que todavía hoy mismo van perdonando por ahí la vida y dando lecciones a esos mismos dirigentes que se arriesgaban a que les partieran la cara mientras ellos y ellas hacían el gran negocio.

Claro que sí. Se requiere un análisis en particular de lo vivido aquí en unos años muy delicados en donde una vez más Andalucía, en esta materia, tuvo, además, su singularidad, como fue la batalla vivida a cuenta de Cajasur. Ni siquiera el largo tiempo transcurrido resta dimensión al conflicto que se desplegó con toda la intensidad imaginable. El choque ya no era contra unos muertos de hambre, sin escrúpulo alguno, sino contra la mismísima Iglesia. O, mejor dicho, contra algunos de sus más destacados dirigentes. El resultado ya se conoce. La entidad acabó en manos de los vascos. Ya no queda ni su anagrama o símbolo más conocido por el que se identificaba a la caja cordobesa como era la paloma que a buen seguro habrá volado a otros lares totalmente achicharrada.

Sirvan, pues, estás líneas, al menos, de advertencia para aquellos que, es verdad, se fueron de rositas, con los bolsillos llenos y fumando puros de categoría. Contaron en su día con todas complicidades habidas y por haber. Pero aquí todos sabemos el grado de granujería que fueron capaces de desarrollar. Ahora que baja la marea comienzan a verse las piedras. Hubo impunidad y esta tierra se vio desprovista de unas herramientas financieras que le hubieran venido muy bien para dar el salto necesario. El Banco de España no ha querido entrar en detalles pero aquí todos nos conocemos. Veremos.