El barrio de la calle Orfila

Los barrios de San Julián, la Macarena, San Marcos, Santa Cruz, el Arenal, San Vicente, están a un palmo del centro. Pero es que en este está Orfila

Image
27 mar 2018 / 16:51 h - Actualizado: 27 mar 2018 / 22:58 h.
"Cofradías","Cuaresma 2018"
  • <p>Imagen de la hermandad de Los Panaderos a su entrada en la capilla de San Andrés, en la calle Orfila. </p><p>/ Manuel Gómez</p>

    Imagen de la hermandad de Los Panaderos a su entrada en la capilla de San Andrés, en la calle Orfila.

    / Manuel Gómez

No me lo invento. Lo leí en una vieja revista de Semana Santa de los años cuarenta o cincuenta, refiriendo los datos de la Hermandad del Prendimiento. Literalmente señalaba su ubicación en su Capilla propia en ¡el barrio de la calle Orfila! Entonces el concepto de la distancia habría de ser de dimensiones muy distintas, y las calles hoy absorbidas por el centro se considerarían casi países lejanos, en aquella Sevilla casi encerrada sicológicamente en sus viejas murallas. Los barrios de San Julián, la Macarena, San Marcos, Santa Cruz, el Arenal, San Vicente están ciertamente a un palmo del centro, que sería la Campana y poco más. Pero es que en este poco más está Orfila. Miento, es que Orfila está adherida al centro real de la ciudad, en la Venera de José Gestoso.

Su explicación me la sirve el misterio de la Hermandad de los Panaderos. Porque a Orfila la convierte este paso en, no digo ya barrio, en campo mismo externo a las almenas de la muralla. Como Getsemaní lo estaba a la vista pero fuera de Jerusalem. Quiten esta tarde de su vista los preciosos candelabros que circundan la escena del misterio... si acaso déjenle solo el becqueriano vuelo refrenado de sus golondrinas. Apaguen el brillo deslumbrante de su canasto. Reduzcan a salpicaduras silvestres del terruño las flores de su perímetro. Y adéntrense en la noche de olivar, en el escenario rural de lechuzas y lunas enredadas a las ramas del olivo. Siempre me dejó absorto el dramatismo realista que Castillo le dio al apresamiento de Jesús. Pero cuando quedé rendido a él fue tras aquellos veranos de Aljarafe donde atravesábamos de noche un buen trayecto de olivar, hundiendo las pisadas en los fértiles montículos de la plateada arboleda. Su olor, con la fragancia aceitunada de mi sencilla cruz de primera comunión que tanto persistió se me hizo imprescindible el Miércoles Santo. La salmuera y la almazara presentidas bajo las copas enanas que forman con sus hojas de espinas una sangrienta corona por donde se asoma en celosía la intrigante noche, pusieron el contexto intimidatorio donde antes para mí solo existía alegría costalera. Poblada en sueños por la irrupción vociferante de la soldadesca, empezaron a sostener sus trabajaderas toda el alma apretada por los miedos acumulados de los apóstoles. Y el negro tinte de la traición que le puso al diablo el nombre de Judas. Allí trasladaba yo este paso y aquí he ensanchado la reducida finca de la parihuela hasta extenderla a los lindes notariales sevillanos de Montesión y el Beso de Judas, huertos propiedad de otros cofrades.

También aprendí las voces de tumulto de esta escena que la trompetería no deja oír. El grillear de los insectos que no duermen y relevan el zumbido de las abejas. Los sonidos sin identificar que no atemorizan a la gente del agro, acostumbradas a recorrerlas de madrugada chivata en mano, para que nadie aproveche la penumbra para sus hurtos. Los resecos fangos donde se hunde el calzado y hace más lento el rumor de los movimientos. Y sobre todo los golpes, los agarrones, el troncharse de los varetones que bajan hasta el suelo, el nombre del Rabbí pronunciado sin respeto, la funda de la daga desenvainada de Pedro y el afilado corte de la oreja que fue respondido con el largo calambre de un grito. Y, claro, el «a quién buscáis» en que se cimentó el Pregón de este año. ¿Cómo sonarían los labios fratricidas de Judas en la mejilla del Señor?

Mario Brelitz dejó escrita en «La ceremonia de la traición» la desgracia del Iscariote desde el sinsentido de su difícil exculpación. Si Judas era un instrumento necesario para entregar al Hijo de Dios sería irresponsable de sus actos, éstos venían ya diseñados por el divino plan. Pero eso pertenecía al Antiguo Testamento. Su beso remata la ejecución de la Nueva Alianza, el Testamento Nuevo, y ahí ya no puede hallarse peor pecado. Miradle con la mano en la frente y la cabeza baja. Es para él, la soga que traen los sayones porque las manos de Jesús no hay cuerda que pueda trabarlas. Para su cuello y su suicidio. Si hubiera cabido perdón miraría implorante al Maestro. Pero las treinta monedas han cerrado un contrato inextinguible que no puede volverse atrás, no puede interrumpirse el relato iniciado aquí de la Pasión. Parece como si su figura ya no pisara el terregal donde enraiza el majestuoso olivo sino una arena movediza que lo fuera a engullir para caer en la fosa abismal de Caín. Terrorífica trasera del barco panadero.

Pero no temáis, también este paso huele a tahona y pan blanco y bendito del cercano horno del corazón de María, es el aire perfumado que se mueve entre las plumas y la envolvente vegetación. Y que puede con la no menor amenaza que traen esas lanzas en sus puntas y esos rostros que la antorcha convierte en danzas de odio. No son inocente gente de campo que viene a varear el ramaje con sus cañas y con la paz de una faena labriega. Todo lo contrario, aquella ramita de olivo que portada por una paloma cruzó los cielos al terminar el diluvio como señal de armisticio entre Dios y los hombres, es aquí un recio tronco henchido de la claridad de Paz que pone el Soberano Jesús en medio de tanta noche oscura como le rodea. Está hecha su Faz de la carne de las manos de María, de la limpieza de la generosidad y por ella discurre la sangre acabada de sudar por sus poros. Y el gesto de acogida de sus brazos... Es que durante el año en su Capilla, sin el misterio, este Cristo parece más bien el del Sermón de la Montaña y el de las Bienaventuranzas. Pues lo sigue siendo entre el crepitar estruendoso del Prendimiento.

Si sobre la tablazón de este paso va el universo entero resumido ¿no va a tener barrio propio la calle Orfila? ¿No va a tardar tanto en llegar a la Campana atravesando múltiples fronteras tras los ojos de quienes lo contemplan? ¿No le van a quedar todas las horas del reloj a su paso de palio cuando en el Salvador se resiste a tomar el embudo de Cuna que enfila ya su entrada? Por mucho que (perdonad, anécdotas de juventud) a Esther se le hayan perdido las llaves -¿recuerdas?- y a Mercedes se le duerma por hoy esa sonrisa de espigas que borda en la expresión de ambas el palio de la Virgen, camareras fieles. ¿No va a haber gente, buena gente, empadronadas en esta nación que va de Villasís a Lasso de la Vega?

Hoy es Miércoles Santo. Entre tantos barrios, no olvidéis el de la calle Orfila.