Desvariando

El calor de la inocencia

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
14 ago 2021 / 09:45 h - Actualizado: 14 ago 2021 / 09:46 h.
"Desvariando"
  • Jorge Gil - Europa Press
    Jorge Gil - Europa Press

Hoy creo que nos vamos a achicharrar y que vamos a morir como chinches. Recuerdo cuando mi madre calentaba un cubo de agua y mataba chinches con agua hirviendo, dejando los catres más limpios que un jaspe. Me pedía que las fuera rematando en el suelo a pisotones y me negaba. Y así sigo, sin hacerles ningún daño a los animales, sean del tipo que sean. En Cuatro Vientos –Palomares del Río– no teníamos luz eléctrica en casa. Les estoy hablando de mediados de los sesenta, en plena dictadura franquista. Los inviernos eran duros, pero nos apañábamos con una buena copa de cisco cada tarde, y una manta. Los veranos eran peores, vivir debajo de un techo de canales, sin árboles de sombra cerca de la casa –solo olivos–, frigorífico o un sencillo ventilador. Teníamos un pozo, donde guardábamos las sandías y los melones, y cuando el sol daba bocados, sobre las cuatro de la tarde, mi madre llenaba el lebrillo de agua fresca y pasábamos en él la tarde. Algunas tardes iba a Cuatro Vientos el de los napolitanos, los helados, y solo de diez veces que pasaba, una pillábamos uno, porque éramos muy pobres. Cuando el sol quemaba de verdad siempre buscaba las alcantarillas, los tubos que cruzaban las carreteras para que no se anegaran los olivares, porque eran lugares muy frescos. Recuerdo que me iba solo y que siempre había algún conejo, rata o culebra, pero jamás me hicieron daño. Una tarde me encontré allí a un señor muy raro que se dedicaba a recolectar plantas medicinales del campo, como el poleo, y me quiso llevar al huerto. Me comía con la mirada. Menos mal que mis amigos, los animales, le dejaron claro que Manolito el de Pepa era intocable. Las noches eran terribles, hundidos en un colchón de foñico, con las ventanas abiertas de par en par y los mosquitos devorándonos vivos. Una sencilla mosquitera hubiera aliviado el calvario, pero éramos pobres y ni siquiera podíamos quejarnos. Por otra parte, desde niños sabíamos que en verano hacía mucho calor y era algo totalmente aceptado. Ni siquiera se hablaba de ello, como hoy, que no sabemos hablar de otra cosa. Estos días estamos sufriendo una ola de calor, dicen, de las peores de los últimos años, pero no es para tanto. No entiendo tanta alarma, teniendo piscinas públicas y privadas, aire acondicionado y frigorífico. Una buena manera de pasar las calurosas tardes es irse al Mercadona y dar paseos por el pasillo de los yogures y helados, la zona más fresca. Alivia mucho coger congelados –por ejemplo, bolsas de guisantes–, encerrarse en los aseos y sentarte sobre ellas. Son solo ideas, claro. Pero por favor, dejen de hablar del calor, que estoy hasta el gorro. Para calor, la de la inocencia.