Puede parecer una anécdota, pero a mí me ha dolido su posible trascendencia. Ayer tarde me encontré en un contenedor, entera, transparente y visible, la caja completa de un curso o varios de una chica de 5º de Primaria. Con su nombre y apellidos claramente apuntados en la etiqueta, con los libros intactos, los trabajos manuales, las fichas de ejercicios, el angelote navideño, la tarjeta del te quiero papá, los colores desgastados, cartulinas, qué sé yo qué más. Comprendí inmediatamente que es necesario hacer limpiezas en las casas. Yo tengo tres hijos. Pero esa impúdica exposición de los datos personales, esa extravagante humillación de tanto trabajo escolar tirado literalmente en la basura, esa coincidencia en la víspera del regreso al cole, no sé, me dio una punzada en el corazón, no solo porque yo haya sido, quizá excesivamente, de guardarlo todo, sino porque se me pasó por la cabeza que ese gesto del borrón y cuenta nueva de toda esa huella material de lo que ha sido el curso o los cursos pasados de su hija debe de suponer una hiriente metáfora de lo que significa la vuelta al curso para determinadas familias. Y que hoy, en clase, tantos maestros y profesores no tendrán autoridad suficiente para motivar a sus alumnos desde el primer día, que es tan fundamental.
El éxito de nuestros hijos en el cole depende mucho más de la actitud que ven en nosotros, sus padres, que del currículo concreto que hayan de desarrollar. El contenido de lo que han de aprender existe, está ya explicado y minuciosamente expuesto en alguna parte, en muchas partes. La educación no trata de meter toda esa información en sus cabecitas. Es algo mucho más complejo. Trata de formatear sus cabecitas con los huecos necesarios para que quepa en ellos todo lo fundamental para sus vidas. Lo solemos llamar “amueblar la mente”. Lo que se precisa es que sus mentes, perfectamente compartimentadas, tengan además la suficiente flexibilidad como para seguir agrandándose y abriéndose huecos a sí misma para seguir aprendiendo todos los días. Y esa labor no depende de un ejercicio, de un día, de las notas de un trimestre, de la precisa explicación de ningún docente. Todo eso se consigue lenta y mágicamente a lo largo de la vida, y en ello influye mucho más nuestro propio ejemplo en el hogar, nuestra propia actitud ante lo que estudian, ante sus profesores, ante los retos que se les plantean en esta o aquella asignatura, que del estudio concreto de nada.
Ahora que comienza este curso con la pandemia medianamente dominada, aunque sigamos enmascarados contra ella, me gustaría pensar que muchos padres tienen interiorizado que no solo el futuro de sus niños, sino sobre todo de nuestra sociedad, depende de la sonrisa, de la alegría y el asombro con que acogemos cualquiera de sus descubrimientos o de sus dudas, porque demostrarles que de toda esa aventura depende la vida es garantizarnos que la vida va a seguir mereciendo la pena como aventura compartida. En caso contrario, todo terminaría tarde o temprano en la basura. Y la basura está solo para lo que no sirve.