Viéndolas venir

El contrajálogüin, qué susto

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Álvaro Romero @aromerobernal1
01 nov 2022 / 10:09 h - Actualizado: 01 nov 2022 / 10:12 h.
"Viéndolas venir"
  • El contrajálogüin, qué susto

Ha surgido, reforzada tras la pandemia y a la contra de la ilusión natural de los niños empeñados en celebrar la vida a toda costa, la figura del contrajálogüin, con su rictus jactancioso de rechazo a las fiestas de por ahí, con su ceño fruncido de brujería doméstica, con su asco rizado de pelmazo nacional y su sermón de cómo tendría la juventud que celebrar la muerte por cojones en un país cojonudo como este si no fuera tan novelero. Lo mejor del contrajálogüin es que no se va del fragor de la fiesta ni a tiros. Ni con truco ni con trato.

El contrajálogüin –en masculino o femenino, que de todo hay en este calabazar- se pasa las vísperas renegando de ese infierno de fiesta que celebra ahora la chiquillería, santiguándose contra las fechorías y gamberradas que le esperan y preguntándose incomprendido cómo ha llegado ese demonio de costumbre a tapar nuestro respetable precepto de honrar a los muertos. Cuando llega la tarde en cuestión, se pasea por los alrededores de la hoguera, mirando con el gesto torcido lo bien que se lo pasan los disfrazados, oliendo encabritado el aroma de la diversión, husmeando impaciente cómo aumentan los decibelios más allá de lo que permiten las normativas municipales. El auténtico contrajálogüin tiene siempre a mano el teléfono de la policía y sus maldiciones contra la ineficacia de un cuerpo que no acaba con la basura porque no quiere, sus propias jaculatorias contra el poder de turno. El contrajálogüin de pura cepa se abraza a sí mismo mientras camina por donde parece que lo han obligado, con el rostro apesadumbrado en medio de Sodoma, buscando en su interior de cristiano viejo compungido las incompresibles razones de que haya prosperado Gomorra en el seno de un barrio tan respetable desde siempre, se tapa la boca asustado con lo que ve, menea la cabeza sin dar crédito a tanta carrera infantil y a tanto atrevimiento... y busca la complicidad de alguien que le toque las palmas y le diga que sí, que qué barbaridad, que cuánta chusma, que por los santos del cielo, que a dónde vamos a parar... Pero si no encuentra ese trocito de complicidad, sigue deambulando por el infierno a la espera de algún empujón, de algún percance ajeno para ponerse la mano de visera, colocar la boca en forma de susto y susurrar que ya lo decía yo... La noche del contrajálogüin, ni el tío del tambor.

A ningún contrajálogüin de los que pululan en cada barrio se les ocurre pensar en las mezcolanzas culturales ni en sus solapamientos ni en que la juventud se agarra a un hierro ardiendo para pasárselo bien, ya sea ahora o en Carnaval o en fin de año, y que ese torrente de vida que no se detiene ni ante los zombis es perfectamente compatible con que hoy -Día de los Santos y no de los muertos- y mañana, Día de los Difuntos, el contrajálogüin vaya al cementerio a honrar a sus muertos. Lo que pasa es que mañana, probablemente, el contrajálogüin ya ha agotado todas sus fuerzas y se tiene que recuperar para el año que viene.