Viéndolas venir

El día de ‘Tierra a la vista’

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Álvaro Romero @aromerobernal1
12 oct 2022 / 10:20 h - Actualizado: 12 oct 2022 / 10:23 h.
"Viéndolas venir"
  • El día de ‘Tierra a la vista’

Mi pequeña, que aún tiene tres años, viene con la lección aprendida del cole y sabe por qué hoy es fiesta. «Mañana es el día de Tierra a la vista», dice.

En su aprendizaje se sintetiza sabiamente la alegría del descubrimiento sin colonización aún, la satisfacción del hermanamiento de una mitad del mundo con la otra, la ilusionada sospecha de que el mundo es redondo y que, por lo tanto, a la vista está que todos somos iguales en la Tierra. Tierra a la vista, por muchos años. Ojalá sigamos viendo la tierra del vecino como una oportunidad de hermanamiento, como una posibilidad de acrecentar el humanismo, como la suerte de tener constantemente a la vista la tierra prometida de la fraternidad.

Sin embargo, año tras año, cada 12 de octubre se toma alternativamente como la fiesta orgullosa de una potencia que doblegó a los indígenas americanos para convertirse en la primera mundial o como la vergüenza histórica de que hubiera ocurrido eso mismo. Y ni una cosa ni la otra, por favor. Ni orgullo ni vergüenza, sino conocimiento contextualizado para perseverar en la integración final.

A finales del siglo XV, el reino de Castilla tuvo los condicionantes necesarios para haber continuado con sus ansias expansionistas, y lo hizo. Aquel año de 1492 no solo se terminó de conquistar el Reino de Granada, sino que, casualmente, un humanista de aquí, de Lebrija, publicó la primera gramática de la lengua que ya era de todos aunque oficialmente siguiera siendo el latín. Entendiéndonos en castellano, que para entonces era como decir en cristiano, o sea, en román paladino, de verdad, fue una gracia cultural e histórica que la repentina España colonizase medio mundo. Es verdad que España tuvo en el siglo XVI su Edad de Oro, quién lo va a negar, y para qué negarlo. Otras civilizaciones tuvieron siglos atrás su momento, desde Egipto a Roma, por hablar solamente de Occidente. En pleno Barroco español, que fue la forma artística del retorcimiento socioeconómico de nuestras avinagradas monarquías, el imperio inglés comenzó a ganar terreno gracias a las hazañas del bien pagado pirata Francis Drake. Y sin mala conciencia, ni entonces ni ahora. Dos siglos después, el francés Napoleón Bonaparte revistió su nación de una grandeza que todavía se cree a pies juntillas, y sin complejos de ninguna clase. El mundo funcionaba así hasta entonces, y nuestro país actuó cuando le tocó su oportunidad como Vicente donde va la gente.

Tanto tiempo después, no es momento de observar los procesos históricos con los ojos, los valores y la sensibilidad de hoy, sino de transmutar la imprescindible contextualización de lo que hicieron nuestros antepasados en las consecuencias culturales que hoy deben enorgullecernos como pueblo panhispánico. Tierra a la vista, dice contenta mi niña, con un orgullo que ni siquiera sabe hoy que tiene que ver con Triana, tan lejos y en la mano. Tierra en comunicación, en común, tierra de todos, tierra de posibilidades, tierra de fraternización, tierra en minúscula como la mayúscula con que llamamos el planeta evidentemente globalizado. Tierra que la Hispanidad debe vivir a estas alturas como la evidencia de que tierra somos y a la tierra (leve) volveremos, pero que en la Historia de media Tierra sigue latiendo la huella indeleble de entendernos en español. Ojalá lo sigamos haciendo por los siglos de los siglos. Yo lo celebro.