Andalucía lírica. Grandes discursos. Pequeños logros. Ternura mediopensionista. Una ráfaga blanquiverde, más allá de las banderas y de las placas conmemorativas. Niños con himno recién aprendido en la escuela. Jornaleros que se preguntan cuándo les toca levantarse a los andaluces y pedir de veras tierra y libertad. Azafatas acarreando turistas. Familias que tiemblan ante un aviso de desahucio. Don Guido refrescando eternamente la manzanilla. Titulares de prensa, encuestas en la radio. Una mujer amasando la paciencia del pan nuestro de cada día. Miedo entre los empleados públicos. Pánico entre los empleados privados. Leyes laborales, leyes mordaza, leyes sin ley. Dos enamorados se besan en un portal claroscuro como un cuadro barroco. Los últimos carnavales, las primeras procesiones. Todo un mundo al borde de la primavera. La soberanía del paro. ¿Qué intuyen los soñadores andaluces de ahora? La esperanza se mueve y no sale en la foto. Llueven lágrimas negras entre las cuatro paredes del crimen y de las bofetadas. Alguien canta por la tele una copla eterna. Un viento de dudas, una encrucijada de opiniones. Los coches oficiales se cruzan con los furgones de la policía. Un llanto de alegría, un chiste sin gracia. Antiguos delfines por el Guadalquivir, una muchacha muerta en el parque. Ere que ere, menuda Gürtel, una infanta en el banquillo. Adán no nació ayer y el que esté libre de culpa que tire el primer pacto. Esa guitarra viuda. El habla de la calle, la impostura de los micrófonos. Un guiso que ilumina el patio de vecinos. Un ciego que pregona los cupones. Una maceta de geranios, sin subvenciones europeas. Más allá de Despeñaperros, quieren volvernos a marcar el paso. 29 de febero. Aunque sea en años bisiestos, va siendo hora de que Andalucía se ponga épica.