Viéndolas venir

El dolor de estar vivos

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Álvaro Romero @aromerobernal1
26 jul 2021 / 10:41 h - Actualizado: 26 jul 2021 / 10:49 h.
"Viéndolas venir"
  • El dolor de estar vivos

Lo he pensado cada vez que se me sobreviene un dolor, una molestia, una pupa. Llegará el día en que esos dolores se amontonen sin solución, solapados en la costumbre del propio cuerpo de soportarlos, de torearlos apenas a base de pastillas, de sufrirlos como solo se sufre lo insoportable, y en ese momento, que no será uno, sino también un cúmulo de ellos, tal vez una larga época, no tendré demasiado derecho a quejarme como quien descubre la pólvora, sino a solidarizarme con todos mis antepasados también en el dolor, en la agonía de tener que morir porque he vivido, como el precio último por tanta felicidad de balde, como el pasaporte imprescindible de una vida a la que venga, a la eterna como descanso o contemplación, a la de la fama manriqueña, a la reencarnada, a la del olvido, a la que sea.

Como todo, como la edad, que solo se va soportando porque llega muy paulatinamente, también el dolor se va haciendo su acomodo sin que nos demos cuenta, tan callando, hoy una molestia en la cintura que ya se queda ahí, camastrona para siempre, y dentro de un año o de dos una punzada en cualquier parte que aparece sincronizada con los inviernos. Recuerdo a mi abuela María con la cara arrugada más por los dolores que por la edad, toda de morado en una queja perpetua, como soportando no sé qué penitencia en vida a lo largo de todos aquellos años en que yo la vi muy de vez en cuando.

El dolor, sobre el que hizo su tesis doctoral Pío Baroja hace mucho más de un siglo, ha ido domesticándose a lo largo de la historia, como todo, como las relaciones sociales, como el sexo, como la temperatura del agua.

Y de hecho ya está solapadamente domesticado en los hospitales al margen de las leyes que van viniendo luego, porque la urgencia del grito del enfermo en la espantosa soledad de su cama supera con toda lógica a la prisa de sus señorías por legislar. El sibilino argumento para hacer que alguien deje de sufrir ante la llegada de su último día es que nadie le pidió permiso para nacer, para venir a este mundo aquel primer día en que su madre parió con dolor. Me nacieron en Zamora, que dijo Leopoldo Alas.

Por eso es más insoportable la hipocresía de ciertos sectores sociales por argumentar férreamente que el dolor forma parte de la vida, que hay que sufrir hasta el final y que nadie tiene derecho a decidir sobre su último hálito. Es más insoportable cuando se descubre que esos mismos sectores son los que se despiden de este mundo privadamente, en clínicas donde no son pacientes sino clientes, el mismo tipo de gente que nunca empatiza con nadie, ni con los vivos ni con los muertos, salvo con sus propias niñas, a las que mandaban a Londres cuando tenían un pequeño percance.