El embrollo haitiano

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23 feb 2021 / 04:00 h - Actualizado: 23 feb 2021 / 04:00 h.
"Historia","Crisis","Política","Petróleo","Fraude","Elecciones","Pandemia"
  • Una persona participa en una jornada de protesta contra el Gobierno de Jovenel Moise. EFE/ Orlando Barría
    Una persona participa en una jornada de protesta contra el Gobierno de Jovenel Moise. EFE/ Orlando Barría

Haití vive una crisis política insostenible desde 1991, año del golpe de Estado contra el presidente Aristide. Aunque las raíces profundas más inmediatas remontan a los años durante los cuales ocupó la presidencia la dinastía de los Duvalier, es decir, desde septiembre de 1957 hasta febrero de 1986, época que se caracterizó por la desmesurada ambición de la familia para enrocarse en el poder, propósito que alcanzó con la implacable persecución de los opositores a manos de los famosos Tonton-Macoutes, policía política del régimen, y con el apoyo explícito del gobierno norteamericano. El escenario latinoamericano de entonces favoreció su permanencia en el poder: Somoza gobernaba en Nicaragua, Stroësner dirigía Paraguay y Trujillo conducía la República Dominicana. Los Duvalier administraron el país con mano de hierro y destruyeron el tejido social. Fueron años de incertidumbre, de angustia y de terror, que obligaron a mucha gente a coger el camino del exilio para buscar mejores expectativas de vida. Como en todas las dictaduras, hubo crueles desmembramientos de familias a manos de los esbirros de la dictadura que gozaban de total impunidad, pero el país gozó de una “engañosa tranquilidad política”, forjada a expensas de la eliminación física de los descontentos con el régimen, entrañando así la paz, la de los cementerios.

El derrocamiento del vástago de François Duvalier, Jean-Claude, en febrero del año 1986, se vivió por parte del pueblo como un gran alivio, creyendo ingenuamente que se había librado del dictador, pero sus sucesores, los militares, unos fieles colaboradores de la dictadura, transformaron su júbilo en una profunda desilusión, período que se caracterizó por unas luchas internas entre los altos mandos. El gobierno del sacerdote Jean-Bertrand Aristide, un ferviente adepto de la teología de la liberación, quién, desde su púlpito de la Iglesia de los Salesianos, a través de sus homilías, fustigaba de forma vehemente a los Duvalier, y que salió electo en las elecciones celebradas en el mes de diciembre del año 1990, fue salvajemente derrocado en septiembre del año 1991. Restablecido en su puesto gracias a la intervención de la Administración Clinton, y ganador de las nuevas elecciones del año 2000, defraudó enormemente al pueblo incumpliendo sus promesas. Sus sucesores no se esforzaron tampoco por mejorar el nivel de vida del país y sacarlo alguna vez del pozo de la ignominia.

Algunos estudiosos y analistas de la historia de Haití parecen haberse quedado anclados en el siniestro período de la dictadura duvalierista, como si fuese el único responsable de la deplorable situación que vive el país, inmerso desde hace 30 años en una profunda crisis, con el pueblo condenado a sobrevivir con un mísero salario de dos dólares al día y desprovisto de una decente cobertura sanitaria y educativa. Nada más lejos de la realidad, puesto que los gobiernos que sucedieron, los del demagogo Aristide, del despreocupado Préval, del procaz y arrogante cantante Martelly, y del actual presidente Moïse, discípulo del anterior, brillan por su ineficacia, su favoritismo y el despilfarro de los fondos públicos. El escándalo Petro Caribe, la malversación de la astronómica cifra de 4.000 millones de dólares que recibió Haití, como ayuda, del gobierno bolivariano, y que salpica a estos tres últimos dirigentes, es el ejemplo más ilustrativo de la dilapidación de la caja pública. La historia, desgraciadamente, se repite, y los actores no demuestran ningún tipo de pudor y mucho menos de arrepentimiento.

Actualmente, Haití cuenta con dos jefes de Estado: el elegido en los sufragios de noviembre de 2015, el empresario bananero Jovenel Moïse, de 52 años de edad, y un juez del tribunal de casación, Joseph Mécène Jean-Louis, 20 años mayor que él, designado presidente el pasado día 7 del presente mes por la oposición, cansada de sus infructuosas maniobras para conseguir la renuncia de Moïse, y queriendo así encontrar una salida satisfactoria, emulando el modelo de Venezuela con Nicolás Maduro y Juan Guaidó. Son dos países diferentes y los contextos, diametralmente distintos. Venezuela, uno de los grandes productores de petróleo con un gobierno que, por su orientación ideológica, se enfrenta a la flagrante enemistad de la Administración norteamericana y con la cabeza de su presidente, como en las películas del Oeste, puesta a precio; además, Juan Guaidó tiene el reconocimiento de una cincuentena de países. Mientras que el gobierno haitiano, títere de los Estados Unidos, sigue gozando del pleno y firme apoyo de este último. Haití ocupa uno de los últimos puestos en el ranking de los países más pobres del mundo; se descubrió a principios de los años 1990 que su subsuelo posee importantes depósitos de oro, de cobre y de plata, pero están todavía oficialmente sin explotar y bajo la sigilosa vigilancia de los Estados Unidos, y Mécène, al contrario de Guaidó, no cuenta con el apoyo internacional. Esta fórmula escogida por la oposición haitiana no resulta viable, como ha quedado demostrado, hasta ahora, en el tema venezolano.

Un elemento comparativo más: mientras que los opositores venezolanos acusan a Nicolás Maduro de organizar un fraude en las últimas elecciones celebradas en 2018, en Haití existen unas serias discrepancias entre el gobierno y la oposición en cuanto a la fecha de finalización del actual ciclo presidencial. Moïse, salió electo en diciembre del año 2015 y debería haberse estrenado como jefe de Estado el 7 de febrero del año 2016, acabando su presidencia a finales de 2020, siendo constitucionalmente de cinco años el mandato del gobernante, pero las elecciones fueron muy polémicas y acabaron repitiéndose once meses más tarde, volviendo a ganar Moïse, quién tomó posesión de su cargo el 7 de febrero de 2017 y, por lo tanto, según él su mandato acaba a finales del año actual. Este es uno de los puntos de partida, entre otros, de las múltiples y recientes manifestaciones que reclaman su dimisión. Hace unos días, se produjo una brutal represión que terminó con el arresto de una veintena de personas, a las que el dignatario acusa de haber tramado un complot para perpetrar un golpe de Estado e intentar asesinarlo.

Mi patria, otrora una nación de vanguardia en la lucha contra la esclavitud, se encuentra en un embrollo y el dilema radica en cómo salir de él. En plena ola de la pandemia y con tropas de secuestradores campando a sus anchas y amedrentando al pueblo, Haití se desliza progresivamente hacia una “somalización” (analogía con el Estado fallido Somalia, de África oriental), donde los principales protagonistas de la escena política, enfrascados en unos intereses espurios, van mancillando el cada vez más oscuro destino de la primera república negra independiente del mundo.

Alix Coicou es médico-psiquiatra.