La Tostá

El Festival de Mairena sin público

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
02 sep 2020 / 08:00 h - Actualizado: 02 sep 2020 / 08:05 h.
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Si no me falla la memoria, la primera vez que fui al Festival de Cante Jondo Antonio Mairena tenía 18 años, el pelo por los hombros y me gustaban Los Chichos, Fórmula V y Toni Ronald. Ya mostraba cierta desorientación musical y estaba intentando que me entrara el cante de Antonio Mairena, que no parecía fácil porque el maestro solo era para los muy entendidos. Me enamoró el ambiente de la gente sencilla, de pueblo, que disfrutaba de su cultura musical por excelencia. No hubo un llenazo en la Glorieta Jiménez Sutil, desde donde se veían tejados de tejas con jaramagos y se escuchaba el arrullo de las palomas de algún palomar cercano.

Nada más entrar vi pasar cerca de mí a Antonio Mairena, creo que con el pintor sevillano Juan Valdés, autor del cartel de ese año. Detrás, sus hermano Curro y Manolo Mairena con el crítico Miguel Acal. A lo lejos, moviendo las manos para que le viera, el entonces joven cantaor sevillano, del Barrio de los Carteros, Antonio Chacón Cruz, que la noche antes había compartido premio en el concurso de aficionados con Domingo Ortega Confite, el gran cantaor local.

En este histórico festival era muy importante ese momento, el de la llegada de los artistas y los aficionados que llegaban desde distintos puntos de España, gente del Pozo de las Penas y Torres Macarena, de la Platería de Granada y la Tertulia Flamenca el Gallo, de Morón. Veías al Bizco de la Borrega, de Lebrija, con un pan gigante de Las Cabezas, una garrafa de vino lebrijano y morcilla de hígado de Montellano, o al agente artístico Jesús Antonio Pulpón con su clásica carpeta negra bajo al brazo y aquella mirada aguileña que tenía. Si después, en el escenario, surgía el duende, mejor, pero ya te dabas por contento con haber disfrutado de ese espectáculo inenarrable que era ver tan bonita plaza engalanada para la ceremonia del cante gitano-andaluz.

Esa noche hubo mucho baile, el de la elegante Ana María Bueno y el de la racial Manuela Carrasco. Y el cante algo inmaduro, con un José el de la Tomasa prometedor, al que seguía por los festivales, y un Antonio Cortés Pantoja, Chiquette, que olía ya a estrella de lo jondo. Naturalmente, cantó el maestro Mairena, el Divino Calvo de la enjundia gitana. Con 65 años, el veterano gitano ponía aún la voz en las nubes y no permitía que nadie le metiera las cabras en el corral del cante, aunque lo intentaban con mucho empeño.

Este año habrá festival, pero solo con intérpretes locales y sin público. Es como si celebráramos una barbacoa campera sin carne y sin vino tinto. Podrán seguirlo por Internet, pero no será lo mismo.