El flamenco nació de una discusión y ahí anda todavía, dos siglos después. La discusión más habitual es la de si el cante es de los gitanos o de los gachés. Esta aburre a las ovejas. Le sigue la de si Antonio Mairena era un cantaor frío o caliente. O sea, si era nieve en Sevilla o brasas en la fragua familiar que apenas pisó, según dijo su hermano Manolo en el Salón Tomiza de Mairena del Alcor. A este respecto, un cantaor puede resultar frío para unos y muy caliente para otros. Es algo subjetivo. Mairena era un gran técnico, un cantaor cerebral, pero a veces se calentaba y había que romperse la camisa con él. No se puede cantar por seguiriyas pensando en si el estilo es del Marrurro o Manuel Cagancho. Manuel Agujetas no se entretenía en esas menudencias: cantaba, y punto. Y nadie ha quemado tanto como él en el alma, por seguiriyas, soleares o tonás. No se queda atrás la discusión de si Paco de Lucía o Manolo Sanlúcar, que es de las más tontas de lo jondo, porque son como la noche y el día: dos genios. Y estos días hay un debate nuevo, el de si hay que decir traje de flamenca o de gitana, con motivo de la posibilidad que la Unesco reconozca la prenda típica andaluza como Bien de Interés Inmaterial de la Humanidad. El exdiputado Juan de Dios Ramírez Heredia ha puesto el grito en el cielo de los gitanos, porque, según él, no es traje de flamenca de Flandes, sino de gitana bajoandaluza. Este señor es el que decía que España era racista, hasta que comenzó a gobernar el Partido Socialista, su partido, y se acabó el racismo de la noche a la mañana. Pues bien, ahora dice que no hay traje de flamenca ni andaluz, sino de gitana, y que los gitanos no le han pedido nada a la Unesco. Otra discusión más, y son ya el ciento y la madre. Antes de que llegaran los gitanos a Andalucía las campesinas andaluzas usaban trajes con volantes y Teletusa no le cantaba a los emperadores romanos en pantalones vaqueros, pero vamos a dejar la discusión. Por último, otra trifulca que no hay manera de desterrar del flamenco es la del pellizco. Usted canta bien, vocaliza de escándalo y afina como Dios, pero no tiene pellizco. Si la Unesco quisiera meterle mano el torniscón jondo, Juan de Dios Ramírez Heredia diría que es calé. El gran cantaor sevillano Manuel Centeno, rey de las saetas, estaba tan harto de la discusión de lo que tenía o no duende, que se hizo unas tarjetas de visita en las que ponía: “Manuel Centeno, cantaor fino pero sin duende”. En serio, y no me lo discutan.