El frío de las almas perdidas

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04 nov 2018 / 21:05 h - Actualizado: 04 nov 2018 / 21:13 h.

Ayer estuve en el cine disfrutando de la película sobre Freddy Mercury, Bohemian Rhapsody. Disfruté con la historia, con la interpretación de sus protagonistas y, mucho también, con el hecho de ver una sala llena y de comprobar, además, cómo el cantante de Queen sigue siendo, a pesar del paso del tiempo -y a pesar de todo-, una de las estrellas más indiscutibles de la historia recibiendo, al final de la sesión, el aplauso del público “in Memoriam” y en señal de agradecimiento por todo lo bueno que nos dio.

Lo tenía todo. Fama, dinero, casas, viajes, talento... Pero a Freddy nada de eso le era suficiente porque, en el fondo, casi durante toda su vida se sintió solo. Ningún estadio ni auditorio, por multitudinarios que fueran, ningunos aplausos, por fuertes y sonoros que se escucharan, lograron llenar el vacío de su corazón algo que, a la larga, terminó convirtiéndose en su más angustiosa condena.

No llevó bien su homosexualidad. Ni se sintió comprendido por su familia. Ni tuvo apenas amigos. Ni sintió el calor del abrazo sincero de un amor. Porque quienes habitan en la cúspide, en la mayoría de las ocasiones, sienten un frío mucho peor que el frío de este otoño que ya nos hace abrigarnos: el frío de las almas perdidas. Eso fue Mercury. Un espíritu libre, descontrolado y rebelde que, solo al final del camino, encontró algo de paz.

Hoy, más de un cuarto de siglo después de su muerte, le seguimos llorando. Una persona tan grande, y tan pequeña a la vez, nos despierta admiración pero también la compasión más sincera.