Viéndolas venir

El gato con botas

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Álvaro Romero @aromerobernal1
24 sep 2019 / 08:48 h - Actualizado: 24 sep 2019 / 08:53 h.
"Viéndolas venir"
  • El gato con botas

Aunque fuera metafóricamente, siempre nos sorprendió aquella sentencia evangélica de que “a quien tiene se le dará y quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene”, porque, literalmente, es lo que ocurre tantas veces en la interesada vida real, como comprobamos a diario: a nadie se le ocurre invitar a una copa, un desayuno o un almuerzo a un mendigo, y en cambio hay tantos peces gordos que comen gratis a diario porque nadie puede consentir que paguen, siendo quienes son. De modo que no hay como ser rico, o al menos parecerlo, para que te traten como tal, es decir, exactamente como si fueras pobre. En cambio, si eres de pobre de veras, nadie se prestará voluntariamente a darte nada, exactamente como si fueras rico.

Anoche le contaba la historia de El gato con botas a mi hija, que se ha acostumbrado a conciliar el sueño con el susurro de mis cuentos. Cuando iba por la mitad, se unió mi hijo como escuchante, y ambos se entusiasmaron al coincidir en sus interpretaciones frente a las que yo les iba sugiriendo. En un derroche de ingenuidad, a ambos les sorprendía que el gato tuviera especial empeño en hacer creer al rey que su dueño era rico, porque en su lógica infantil esperaban que el rey lo ayudase solamente si fuera pobre, sin alcanzar a entender que los poderosos solo acceden a relacionarse con otros poderosos. Les costaba entender esto a sus tiernos corazones. Iba el gato con botas por delante para convencer a los campesinos: que cuando pasara el rey le dijeran que todas aquellas tierras, todo aquel trigo, era del Marqués de Carabás. El rey fue tomándole aprecio al Marqués de Carabás conforme iba enterándose de sus supuestas riquezas. Esto también es del Marqués de Carabás, le decían, y mis niños se reían porque descubrían la mentira... Hasta que el rey accede a que el Marqués de Carabás se convierta en su yerno. Que se casara con su hija, explicó mi hijo para que su hermana lo entendiera de inmediato. Ah, exclamaba mi niña, imaginándolo. Y yo, en mi lógica de adulto absorbido por el sistema incluso anterior al capitalismo, quise rematar el cuento haciéndoles entender lo que el falso Marqués de Carabás había conseguido casándose con la princesa, la hija del rey... Ellos me miraban con ojos como platos, evocando la nueva vida de aquel desgraciado convertido en marido de la princesa. Y así ya para siempre el Marqués de Carabás fue..., les dije para que ellos terminaran la frase, obviándoles el gesto de frotar los dedos índice y pulgar. “Feliz”, dijeron los dos a la vez. Yo les sostuve la mirada y me sentí nacer de nuevo. “Exactamente, feliz”, les corroboré.