La Tostá

El hombre de los cernícalos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
09 ene 2023 / 06:43 h - Actualizado: 09 ene 2023 / 06:46 h.
"La Tostá","Animales","Infancia","Caza"
  • Cernícalos. / EFE
    Cernícalos. / EFE

Crecer en un pueblo pequeño, de solo unos cientos de habitantes, es tener una crianza muy especial. Palomares del Río tiene hoy casi diez mil habitantes, por las urbanizaciones, pero en los sesenta no tendría más de cuatrocientos. Cuatro Vientos, donde crecí, era una especie de aldea a las afueras del pueblo, en la carretera de Almensilla. Habría una docena de casas. Como diría el poeta granadino Luis Rosales, los vecinos estábamos más juntos que una lágrima. En el número 3 de Cuatro Vientos vivía una familia maravillosa, el matrimonio formado por Celestino Capita Cubero y María Castillo Navarro. La casa daba pared con pared con la mía y éramos como una misma familia. Celestino era un gran animalista, criador de jilgueros y cernícalos, y puede que él fuera el responsable de mi amor por los animales. Tenía una paciencia increíble criando pájaros, sobre todo los jilgueros, que alimentaba con alpiste molido y huevo cocido, además de con la flor del jaramago. Este hombre murió el pasado viernes y fue enterrado el sábado en el pueblo. Me apenó mucho su muerte, porque siempre lo vi como a un padre, al no tener al mío. Recordé ayer muy entristecido momentos inolvidables, como el día que me llevó a la Feria de Coria montado en su Gimson junto a sus dos hijos o cuando me llevaba con él a por cernícalos cerca de Almensilla. Era un héroe para mí, por su sabiduría sobre la naturaleza y una manera cariñosa de tratarme a mí o a mis hermanos. Sus hijos eran como nuestros hermanos pequeños, y su esposa, María, recientemente fallecida también, como una segunda madre. Se están yendo todas las personas que fueron importantes en mi infancia y eso es como ir perdiendo sangre o piel. Es inevitable, pero no es justo. De niños vamos acumulando cariño por muchas personas de la familia o el entorno vecinal y cuando peinamos canas, o sea, cuando envejecemos, esas personas se van yendo como llevados por la corriente de un río. Ves que se van, pero no puedes evitarlo. Y se están marchando tantos familiares y amigos, tantos, que no da tiempo a recuperarse. Celestino Capita no era nada más que un vecino, uno más de Palomares, un hombre bueno del campo, amante de los animales y de la caza, pero para mí fue siempre, y lo seguirá siendo, el hombre de los cernícalos. Una mañana fuimos al campo y nos encontramos un pichón de cernícalo que se había caído de la torre de un caserío. Estaba medio muerto y quiso sacrificarlo para que no sufriera, pero le pedí que no lo hiciera, que me lo diera para salvarlo. Me lo metí debajo del abrigo, en el pecho, para darle calor, y en unas horas estaba pidiendo de comer. Le puso por nombre Manolito, en mi honor. El sábado creí verlo volar por encima del campanario de la parroquia, al saber que Celestino se había ido. Descanse en paz.