Las redes sociales me fascinan tanto como me repugnan. He encontrado en ellas cosas de lo más interesante, gente inteligente, textos más que notables que no habría podido leer en ningún otro lugar, incluso, me he reído como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Pero, del mismo modo, he podido comprobar que hay gente dispuesta a dañar a cualquiera que se ponga en su camino, que la red está repleta de tontos de baba que creen ser lumbreras colosales, de literatura barata que tratan de colar como si fuera la quinta esencia de la cultura, disputas, envidias, soledad, miserables que se mueven a sus anchas y muchas miserias.
Las redes sociales son el gran escaparate de la vanidad, de la idiotez, de la inteligencia, de las filias y las fobias, de la belleza, de la horterada más dramática, del carácter solidario de muchos y de la mala leche de los demás.
Sé que hay millones de razones por las que alguien puede dedicar parte de su tiempo a navegar interesándose por esto o aquello. Sin embargo, la soledad es la reina en las redes sociales. Alguien tiene lo que podría parecer normal. Un trabajito, un marido, una esposa, hijos, perro, gato, una rata y amigos. Todo muy normal. Pero nada le termina de llenar. Descubre la Internet y cree que todos los huecos se llenan en cinco minutos. Uno le dice eso que quiere escuchar, el otro alaba lo que escribe aunque sea una mierda, el de más allá le envía un dibujo lamentable en el que le comunica que se rinde a sus pies. A su vez, él o ella contesta con lo mismo. El mundo se convierte en una nube de algodón dulce y aquí todos felices.
Estamos solos, buscamos compañía y nos terminamos creyendo que un tontaina que se hace llamar Andy García (en realidad es Diodoro Márquez) quiere casarse con nosotros. Nos interesa el mundo en el que podemos reinar. Nada puede gustar más a los usuarios de las redes sociales que la popularidad. Una popularidad idiota porque si dices la vida es bella y cuarenta solitarios se lanzan a comentar tu gran reflexión diciendo que es lo más bonito que han leído en su vida, acabas de ganar (seré generoso) nada. Pero te hace sentir bien. Luego, a cambio, les dices tú lo mismo si, por ejemplo, afirman que la vida es un asco y todos contentos. Nadie gana nada, pero nos sentimos mejor. Así de simple.
Además, las redes sociales se pueden convertir en un asqueroso patio de vecinas. Broncas, dimes, diretes, cotilleos, calumnias. Una gran confusión ordena el día a día de este mundo virtual tan apasionante y tan repugnante. La mayor parte de las veces la cosa degenera en una paranoia colectiva en la que aparecen relaciones inventadas, héroes, villanos, santos, demonios y gentuza. No hay nada mejor como el Facebook si uno quiere terminar mal de la cabeza. Lo que no tengo tan claro es si son este tipo de relaciones virtuales las que vuelven loco a cualquiera o si, por el contrario, es un gran sanatorio al que llegan todos los tarados del mundo buscando una última solución.
¿Estamos tan mal de la cabeza o es una percepción, la mía, equivocada y exagerada? Quería reflexionar sobre este asunto más de lo que se aprecia en estas líneas, pero lo dejo aquí. En realidad me parece una catástrofe absoluta y no voy a perder más el tiempo. Lamento que usted lo haya perdido leyendo. Además, estoy agotado. El mundo real, el de verdad, no es tan amable como este otro que nos hemos inventado para inventarnos a nosotros mismos.