El independentismo catalán y la zona gris

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26 jun 2021 / 14:47 h - Actualizado: 26 jun 2021 / 20:39 h.
  • Kike Rincón
    Kike Rincón

La zona gris es un término de cierta recurrencia en los medios de comunicación, pero no especialmente comprendido por la opinión pública. En realidad ha sido algo habitual a lo largo de la historia de los conflictos, naciones y territorios, si bien escenarios recientes como Crimea, las bases en arrecifes artificiales del Mar de China Meridional o la incitación marroquí al flujo de migrantes en la frontera de Ceuta, son exponentes de este modus operandi ambiguo y sistemático, a caballo entre la acción ofensiva y la presión diplomática hipócritamente pacífica. Se supera así el nivel de la política y la diplomacia convencional mediante acciones coercitivas y propagandísticas, lo que pone contra las cuerdas al objetivo seleccionado, que si no quiere escalar el conflicto a mayores, más temprano que tarde termina cediendo a la presión.

Este tipo de guerra asimétrica encubierta ha sido el sistema referencial del independentismo catalán desde que en el contexto de las comunidades autónomas se agotara el ordeño al gobierno central de turno con las sucesivas transferencias administrativas. Ejemplo de las últimas: que se vaya a sustituir el Servicio Marítimo de la Guardia Civil por embarcaciones y dotaciones de los Mossos es una minucia, apenas un arañazo de rapiña cuando la meta no es ya un nuevo estatut, sino claramente la desconexión territorial.

Aunque de facto tengamos un auténtico sistema federal que ya quisieran muchas “nacionalidades emergentes”, algunas autonomías privilegiadas durante el café para todos de la Transición, parece que lo llevaban en vaso largo, con bollos suizos, bicarbonato y agua fresca. Sin embargo y a pesar de esa injusta asimetría, se optó por el litigio permanente y la estigmatización centralizadora que debía ser calmada con el tributo ritual y periódico. En realidad lo único que se ha hecho por todos los gobiernos a izquierdas y derechas es alimentar una hidra cuya finalidad última es acabar con sus benefactores.

Los indultados han salido como héroes triunfales de un victimismo perfectamente trazado. Enarbolando bandera y pancarta Freedom for Catalonia a la salida de prisión, les ha faltado tiempo para pedir amnistía, autodeterminación e independencia,...toda una declaración de arrepentimiento. Supongo que el señor Sánchez, sus socios y sus votantes estarán revisando en estos momentos el concepto “concordia”, seguramente en la misma sintonía en la que se la vociferaba un militante de Arran en el Liceu hace unos días.

Con todo y por si hay dudas en las predicciones, afirmo que lamentablemente van a conseguir su propósito en un plazo corto de años, lo que reafirma mis palabras anteriores (en este mismo medio, 19-01-2016) al calificar dicha acción como inmoral e insolidaria con el resto de España. Lo expreso desde una izquierda que no existe, sin tener que ampararme en una constitución bastante revisable o en una monarquía muy prescindible, y desde luego a mil millas de una derecha y ultraderecha que además de igualmente responsable en la fractura, saldrá aún más radicalizada.

Pese a que las diferentes fuerzas políticas del espectro catalán en teoría no serían miscibles y apuestan por vías distintas, (desde la unilateralidad al pacto extorsionador continuado), es seguro que unirán fuerzas para seguir con una visibilización internacional y un desgaste insostenible del ejecutivo central. La trampa perfecta del 1 de Octubre está ya en el imaginario épico de una neo-Renaixença o nueva era del catalanismo, que dada su habilidad en la manipulación, sin duda dibujará un escenario acelerado de acontecimientos. Los invitados al sainete ya añaden amoniaco en la herida, como Andoni Ortuzar (presidente del PNV), que pone plazo de dos años para reconocer Euskadi y Cataluña como nación, o la propia Iglesia Católica (amigo Sancho...) que implora abandonar “la inmovilidad” en no sé muy bien qué solución operativa.

Algunos apuntes viajeros ilustrativos: hace ya más de un lustro subía el Pic de Costa Cabirolera en la hermosa Sierra del Cadí, en plena Bergadá, recordando la poesía visual de Cesc Gay en Ficción y esperando una paz ajena a todo lo humano, cuando en el trayecto y misma cima me encontré para mi desagrado con la omnipresente simbología independentista. La última vez de muchas que viajé por aquellas tierras lo hice por el Priorat y Anoia, pero fue una experiencia triste, de permanente lacería amarilla, de conversaciones huecas o huidizas, de imposición dogmática y planificada en pancartas y parafernalia variada sobre campanarios, plazas, monumentos, colegios y espacios públicos o edificios administrativos. Me imaginaba lo difícil que sería una disidencia mínima en el endogámico interior rural o en el barrio urbano con tu vecino marcándote como Botifler. Por último, fue un baño de realidad que antiguos compañeros docentes me dijeran explícitamente sentir asco de ser españoles, comprobando que los espacios universitarios catalanes donde trabajé, ahora eran focos de manifiestos de apoyo a la causa, aprobados en sus claustros y para más inri con un beneplácito solapado de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas.

Te alarmas más en la alienación generalizada si al disfrutar en grupo recorriendo otro país, tus nuevos compañeros son una educada y encantadora familia de clase media barcelonesa que con la confianza, van matizando y sopesando franqueza “del tema”, para de pronto quedarte de piedra cuando una de sus hijas y con la mayor inocencia, se le escapa que no ha viajado mucho al “extranjero”, refiriéndose a otras partes de España. Me conecta a una imagen más penosa de los gravísimos incidentes de octubre de 2019, cuando una niña muy pequeña sostenía una pancarta que decía Qui sembra l'odi recull la ràbia. Está claro que hay una batalla perdida cuando en el espacio íntimo y escolar se adoctrina de esa manera. En esa fecha mencionada y junto al rebaño de descerebrados habituales de adoquín y gasolina, sectores transversales de parentela acudían al aplauso gregario en versión la nit de foc, contemplando barricadas, pedradas o cohetería a helicóptero policial como si de una festividad se tratara.

Todo ha sumado para imponer el discurso monocorde: desde las “versiones informativas” para niños de la todopoderosa TV3 a la pedagogía digital del elnacional.cat y su mapa interactivo de la “represión”, o por supuesto las cómodas justificaciones de “políticos exiliados” con privilegios de inmunidad parlamentaria (menuda cohesión de la UE), y foto mediática con simpatizantes tipo Julian Assange o Ai Weiwei. La hostilidad ha sido tan tristemente vehemente que en abril de 2020 se tuvo que suspender la operación Zendal, en la que militares (forzados a ir de paisano) ayudarían a nivel nacional en una campaña de test de coronavirus entre la población, pero no...las comunidades históricas dijeron que era demasiada opresión hispánica y se prescindió de tan valiosa ayuda.

Ya en las cercanías de la ridiculez (aunque no menos peligroso), la neohistoria se consagra como recurso insistente, empezando por la faceta literaria de Quim Torra (Cf. soflamas en Nació Digital) y su visión como director del Born Centro Cultural como “zona cero”, para seguir bajando a las catacumbas del conocimiento con el Institut Nova Història de Albert Codinas o las teorías de Jordi Bilbeny afirmando la catalanidad de Teresa de Jesús, Colón, o Miguel de Cervantes, entre otros. Que no falten las comparativas de la ejemplaridad independentista con las vidas de Gandhi o Martin Luther King y ya puestos al lodazal, sea usted directora general de Memoria Demócratica de la Conselleria de Justicia de la Generalitat (Gemma Domènech) y en un acto en 2019 por las víctimas españolas de Mauthausen, permítase analogías con los “presos políticos propios”. Aparte de pudor moral habría que recordar que los triángulos azules que portaban estos compatriotas masacrados llevaban una “S” de Spanier. Si se quieren semejanzas extremas, en realidad la aventura pancatalanista que exigiría la emancipación de todos los territorios catalonahablantes que ellos consideran Països Catalans (busque listado y verá las sorpresas), se asemeja mucho en lo teórico al pangermanismo de entreguerras.

Finalizando, aunque el señor Puigdemont reconociera que votó en contra de la autodeterminación del Kurdistán y el Sáhara en 2014 en el Parlament...no pasa nada con la incoherencia, ya que esto de las naciones y la identidad queda en función de dos factores: lo bien que agites el avispero de tu propio egoísmo y lo inerte y tibia que sea la respuesta de los afectados. Para los resultados siempre puedes inspirarte en una balcanización de los procesos, donde si todo va bien te quedas al estilo Eslovenia, un micropaís ya con plenos derechos y respetabilidad, y si te va regular te haces un Kosovo y te quedas en el limbo de un reconocimiento internacional parcial, el tiempo hará el resto. En cualquier caso de lo que pudiera acontecer, si por derecho y principios identitarios yo fuera y siguiera sintiéndome ciudadano catalán y español, supondría y esperaría que todos mis compatriotas no permitieran tal ignominia segregacionista y lucharían hasta el final por evitar tal latrocinio.