La tiza se está perdiendo. Cada vez son más los colegios y universidades que se lanzan al mundo digital y usan pizarras digitales en las que se pinta todo con un lápiz. Atrás quedaron las cajas apretadas de tizas cuadradas.
La primera gran revolución de este mundo fue cuando se crearon las redondas, que venían en cajetillas cual paquete de tabaco. Los profesores más modernitos usaban una especie de adaptador para no mancharse los dedos y que el pantalón terminase igual que cuando te comes una carmela de Chipiona.
En El Rinconcillo no haya nada de eso. Tiza gorda para apuntar las comandas en la barra. Los camareros, profesionales de primera, tienen la carta de precios en la cabeza al igual que todos tenemos la lista de multiplicar del 1.
-Uno por uno: uno.
-Un pavía: 2,30.
Hay bares que tienen poca tiza y mucha pizarra. En el de la calle Gerona pasa lo contrario. No encontrará pizarra por ningún lado, mucho menos en los platos.
El Rinconcillo es arte y musicalidad. Musicalidad es ver tocar la sinfonía del 5J sin necesidad de jamonero. Como si la extremidad del cerdo ibérico fuese una suerte de contrabajo. Observar cómo pasa ese ‘arco’ por la pata del cochino evoca a las mejores composiciones de la historia. Y arte es hacer una tortilla francesa con virutas de jamón y que tenga una forma perfecta de media luna. La que hace uno en su casa, la mayoría de las veces, termina como la sociedad española: dividida y separada.
Otra de las cosas que el sevillano rancio, ese que no va al Paseo Colón, trata de emular son las espinacas. Nunca salen igual que las del Rinconcillo. Por más que uno lo intente, nada, la tecla de la fórmula no la apretamos. Ríase de la de la Coca Cola.
Y del universo pavías poco que contar. Hay dos corrientes: el que dice la pavía o el pavía. Ambos mundos convergen en el momento en el que le dan el primer bocado.
Ni que decir tiene que son muchos los que el único contacto que han tenido con el ejército es gracias al coronel que sirven. Más de uno ha terminado dando el cante, aunque esté terminantemente prohibido.
La mejor zona del bar es la esquina con ventana, que colinda con la puerta por la que pasa ese barco de la hermandad vecina de Los Caballos. Allí hay visión privilegiada de todo el mundo que está en el interior. Uno puede observar a los cuatro guiris haciendo fotos, al trajeado que viene de echar una mano en la cofradía o a la parejita que se ha conocido por Tinder y están celebrando su first date, con los hermanos de Rueda haciendo de Carlos Sobera.
- Echa otra más.
Y para terminar, nada mejor que hacerlo con su plato de queso con membrillo. El final dulce que toda película necesita.
No hay tarta de celebración porque éstas tienen carácter excepcional. El Rinconcillo cumple 350 años «haciendo felices a los sevillanos», como dijo Paco Robles durante su intervención en la presentación de los actos de esta efemérides, sin salida extraordinaria, porque para extraordinario ya está su bacalao con tomate. ¡Salud y felicidades!